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"EDUQUEMOS CON EL CORAZÓN
DE DON BOSCO"

Roma-Salesianum, 18 de enero de 2008


Queridos hermanos y hermanas, miembros todos de la Familia Salesiana, amigos participantes en las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana:
Estoy gozoso de poder compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la educación salesiana, consciente, como escribió Juan Pablo II el 31 de enero de 1988, que “la situación juvenil en el mundo de hoy ha cambiado mucho y presenta condiciones y aspectos diversos, como bien lo saben los educadores y los pastores. Sin embargo, también hoy son actuales aquellas mismas preguntas que Don Bosco meditó ya desde el principio de su ministerio, deseoso de entender y determinado a actuar. ¿Quiénes son los jóvenes? ¿Qué quieren? ¿A qué tienden? ¿Qué necesitan?" (Juvenum Patris 6).
1. DON BOSCO UN SANTO EDUCADOR
Evidentemente, hablar de educación salesiana me lleva a hablar ante todo de Don Bosco, que “realiza su santidad personal a través del empeño educativo vivido con celo y corazón apostólico, y que sabe proponer, al mismo tiempo, la santidad como meta concreta de su pedagogía” (JP 5).
Don Bosco alcanza la santidad siendo un educador santo. Pío XI no titubeó en definirlo “educator princeps”.
Una feliz combinación de dones personales y circunstancias llevaron a Don Bosco a convertirse en Padre, Maestro y Amigo de la juventud, tal y como ha querido proclamarlo Juan Pablo II: su talento innato para acercarse a los jóvenes y ganar su confianza, el ministerio sacerdotal que le dio un conocimiento profundo del corazón humano y una experiencia de la eficacia de la gracia en el desarrollo del muchacho, un genio práctico capaz de conducir a pleno desarrollo las intuiciones originales.
En la raíz de todo encontramos, sobre todo, una vocación: para Don Bosco el servicio a los jóvenes fue una respuesta generosa a una llamada de Dios. La fusión entre santidad y educación en tanto que compromiso, ascesis, expresión de amor constituye el rasgo original de su persona. Don Bosco es un santo educador y un educador santo.
De esta fusión se originó un “sistema”, es decir un conjunto de intuiciones y prácticas que puede ser expuesto en un tratado, contado en una película, cantado en un poema o representado en un musical: se trata, en efecto, de una aventura que ha implicado apasionadamente a los colaboradores y ha hecho soñar a los jóvenes.
Asumido por sus seguidores, para los que la educación es también una vocación, ha sido llevado a una gran variedad de contextos culturales y traducido a propuestas educativas diferentes, adaptándose a la situación de los jóvenes que eran sus destinatarios.
Cuando reexaminamos la vivencia personal de Don Bosco o la historia de alguna de sus obras, casi surge espontánea la pregunta. ¿Y hoy?
¿Qué actualidad tienen hoy sus intuiciones? ¿Hasta qué punto las soluciones prácticas vividas por Don Bosco, pueden ayudar a solucionar lo que son para nosotros dificultades insuperables: el diálogo entre generaciones, la posibilidad de comunicar valores, el transmitir una determinada visión de la realidad, y otras parecidas?
No me entretengo en enumerar las diferencias que ciertamente encontramos entre el tiempo de Don Bosco y el nuestro. Las encontramos, y no pequeñas, en todos los campos: en la condición juvenil, en la familia, en las costumbres, en la manera de entender la educación, en lo social, también en la práctica religiosa. Si ya resulta arduo comprender una experiencia del pasado teniendo simplemente como objetivo la fiel reconstrucción histórica, tanto más será el querer traducirla a la práctica en un contexto radicalmente diferente.
Sin embargo tenemos la convicción de “que lo que ha ocurrido en Don Bosco es un acontecimiento de gracia, lleno de fuerza; que contiene inspiraciones que tanto padres como educadores pueden interpretar para el momento presente; que hay intuiciones preñadas de desarrollo, como brotes que esperan florecer”.
La educación, sobre todo de los muchachos pobres y abandonados, antes que una ocupación profesional, es una cuestión vocacional. Don Bosco fue un carismático, un pionero. Superó legislaciones y praxis. Creó lo que ya está ligado a su nombre, empujado por un marcado sentido social, pero filtrado por una iniciativa personal. Y quizás hoy la exigencia no sea diferente: hacer fructificar las energías disponibles, favorecer y apoyar vocaciones y proyectos de servicio.
La eficacia de la educación reside en su calidad, empezando por la del educador, la del clima educativo, la del programa y experiencia educativa. La complejidad de la sociedad, la multiplicidad de visiones y mensajes que se ofrecen, la separación de los muchos ámbitos en los que se desarrolla la vida, han provocado tendencias y riesgos también para la educación. Uno es la fragmentación de aquello que se ofrece y de la manera como se recibe. Otro riesgo es la selección conforme a las preferencias individuales: subjetivismo. Lo opcional ha pasado del mercado a la vida. Son de todos conocidas las polaridades difíciles de conciliar: provecho individual y solidaridad, amor y sexualidad, visión temporal y sentido de Dios, aluvión de informaciones y dificultad de valorarlas, derechos y deberes, libertad y conciencia. Evidentemente la gracia de unidad en el corazón del educador y la propia santidad contribuyen grandemente a superar éstas y otras tensiones presentes en el campo educativo.


2. LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL/EDUCATIVA DE DON BOSCO
Para Don Bosco educar supone un conjunto de procedimientos, basados en convicciones de razón y fe, que guían la acción pedagógica. En el centro de su visión está la “caridad pastoral”. Esta lleva a querer al joven, sea cual fuere la situación en la que se encuentre, para conducirlo a la plenitud de humanidad que se ha revelado en Cristo, para darle la conciencia y la posibilidad de vivir como honrado ciudadano y como hijo de Dios (Juvenum Patris, 9).
Un criterio fundamental para Don Bosco fue el de desarrollar todo aquello que el joven lleva dentro como impulso o deseo positivo, poniéndolo en contacto con un patrimonio cultural hecho de modos de entender, de costumbres, de creencias; ofreciéndole la posibilidad de una experiencia profunda de fe; insertándolo en una realidad social de la que se sintiera parte activa y útil por el trabajo, la corresponsabilidad en el bien común, el compromiso por una convivencia pacífica.
Don Bosco lo expresaba a través de fórmulas simples, que los jóvenes pudieran entender y asumir: buenos cristianos y honrados ciudadanos, sabiduría, salud y santidad, razón y fe. Para no caer en el maximalismo utópico empezaba por dónde era posible, según las condiciones del joven y las posibilidades del educador. En su oratorio se jugó, se acogió, se crearon relaciones; se recibió instrucción religiosa, se alfabetizó, se aprendió a trabajar, se dieron normas de comportamiento cívico, se reflexionó sobre el derecho que regulaba el trabajo obrero y se trató de mejorarlo.
Hoy puede darse una enseñanza que no tome en consideración los problemas de la vida. Es una queja recurrente de los jóvenes. Puede darse una preparación profesional que no asuma la dimensión ética o cultural. Puede darse una educación humana cerrada en lo inmediato, que no profundice en las preguntas fundamentales de la vida.
Si la vida y la sociedad se han complicado, el sujeto ha quedado reducido a una sola dimensión, sin mapa y sin brújula, está destinado a perderse o a terminar dependiente. La formación de la mente, de la conciencia y del corazón son hoy más que nunca necesaria.
Pero el punctum dolens de la educación hoy es la comunicación: entre las generaciones por la velocidad de los cambios; entre las personas por el debilitamiento de las relaciones; entre las instituciones y sus destinatarios por la diferente percepción de las correspondientes finalidades. La comunicación, se dice, es confusa, inestable, expuesta a la ambigüedad por un exceso de rumores, por la multiplicidad de los mensajes, por la falta de sintonía entre emisor y receptor. De ahí la incomprensión, el silencio, la escucha limitada y selectiva -pensemos en el zapping-, los pactos de no agresión por la paz en casa, el dejar estar las cosas como están. Así no resulta fácil aconsejar actitudes, sugerir comportamientos, transmitir valores.
Algo que ha cambiado mucho respecto de los tiempos de Don Bosco. Sin embargo de él nos llegan indicaciones que, en su sencillez, son eficaces, si se encuentra la manera de hacerlas operativas. Una de ellas es: “amad a los muchachos”. Se consigue más, (palabra de Don Bosco) con una mirada de cariño, con una palabra de estímulo que con muchos reproches”.
Quererlos quiere decir aceptarlos como son, perder tiempo con ellos, manifestar voluntad y gozo en compartir sus gustos y temas, mostrar confianza en sus capacidades, y también tolerar lo que es pasajero, ocasional, perdonar silenciosamente lo que es involuntario, fruto de la espontaneidad o inmadurez.
Hay una palabra, no muy usada hoy, que los salesianos conservan celosamente porque encarna “el corazón de Don Bosco”, sintetiza cuanto Don Bosco adquirió y aconsejó sobre la relación educativa: amorevolezza. Su manantial es la caridad, tal y como la presenta el Evangelio, por la que el educador vislumbra el proyecto de Dios en la vida de cada joven y lo ayuda a tomar conciencia de él y a realizarlo con el mismo amor liberador y magnánimo con el que Dios lo ha concebido.
Esto engendra un cariño que se manifiesta adaptándose al muchacho, particularmente al más pobre: es la cercanía confiada, el primer paso y la primera palabra, la estima demostrada por gestos comprensibles, que provocan confianza, infunden seguridad interior, sugieren y sustentan el esfuerzo de superación y la voluntad de compromiso.
Va madurando así, no sin dificultad, una relación sobre la que conviene fijarse cuando imaginamos una traducción de las intuiciones de Don Bosco a nuestro contexto. Es una relación marcada por la amistad que crece hasta la paternidad.
La amistad va aumentando con gestos de familiaridad, de los que se alimenta. A su vez provoca confianza: y la confianza es todo en educación, porque solamente en el momento en que el joven nos confía sus secretos es posible interactuar, solamente cuando nos abre la puerta del corazón podemos comunicar valores, sentimientos nobles, grandes ideales.
La amistad tiene una manifestación muy concreta: la asistencia. Inútil querer deducir el alcance de la asistencia salesiana del sentido que el diccionario o el lenguaje actual da a la palabra.
Es un término acuñado dentro de una experiencia y lleno de sentidos y aplicaciones originales: Supone un deseo de estar con los muchachos: “Aquí con vosotros me siento a gusto”. Tenemos al mismo tiempo una presencia física allí donde los muchachos se entretienen, intercambian o planean; y una fuerza moral con capacidad de comprensión, de estímulo y de sugerencia; también es orientación y consejo según la necesidad de los mismos jóvenes.
La asistencia alcanza el nivel de la paternidad educativa que es más que la amistad. Es una responsabilidad cariñosa y reconocida que ofrece orientación y sabiduría vitales y exige disciplina y compromiso. Es amor y autoridad.
Se manifiesta sobre todo en el “saber hablar al corazón” de manera personal, porque se tratan los problemas que preocupan realmente a los muchachos, se revela el verdadero alcance de los acontecimientos llegando a la conciencia, al fondo.
No es un hablar mucho, sino directo; no agitado, sino claro. Hay en la pedagogía de Don Bosco dos ejemplos de éste hablar: las buenas noches y la palabra personal que dejaba caer en momentos informales, de recreo. Son dos momentos cargados de afecto, que atañen siempre a acontecimientos concretos e inmediatos y que ofrecen una sabiduría cotidiana para afrontarlos: ayudan, por tanto, a vivir y enseñan el arte de vivir.
He aquí por qué Don Bosco alcanzó la santidad personal siendo educador: He aquí por qué logró educar a muchachos santos como Domenico Savio. He aquí porque hay una relación entre santidad y educación. He aquí por qué para el educador el hecho educativo es experiencia espiritual.


3. EL SISTEMA PREVENTIVO DE DON BOSCO

Jean Duvallet decía a los salesianos: “vosotros tenéis obras, colegios, casas, pero sólo tenéis un tesoro: la pedagogía de Don Bosco. Arriesgad todo pero salvad esta pedagogía… El Señor os ha confiado una pedagogía en que triunfa el respeto por el muchacho, por su grandeza y por su debilidad, por su dignidad de hijo de Dios. Conservadla: renovada, rejuvenecida, enriquecida por los descubrimientos modernos, adaptada a vuestros muchachos, que están rotos de en un modo como Don Bosco no los vio jamás”.
¿Cuál es este original sistema educativo? Juan Pablo II nos ha recordado que la práctica educativa de san Juan Bosco “representa, en cierto modo, el compendio de su sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético, que ha dejado a los suyos y a toda la Iglesia”. Evangelización y educación actúan, dentro del Sistema Preventivo, en íntima y armoniosa reciprocidad. La praxis de Don Bosco es un arte pedagógico-pastoral, habiendo traducido la ardiente caridad de su ministerio sacerdotal en un proyecto concreto de educación de los jóvenes en la fe. La pedagogía es un arte que exige talento, como dijo aquel “genio del corazón” que fue Don Bosco. No se trata de fórmulas estáticas o mágicas, sino de un conjunto de condiciones que hacen a la persona capaz de paternidad y maternidad educativa. La primera de estas condiciones es conocer la propia época en la que a uno le ha tocado vivir y de saberse adaptar a ella. Después vienen algunas otras características, de las que considero algunas:
3.1 Creatividad de artista para conjugar el impulso pastoral con la inteligencia educativa, íntimamente unidos entre ellos por la gracia de unidad. Se trata de un tipo de pasión apostólica que se siente interpelada por el actual clima de secularización (por el que la misma educación está frecuentemente ideologizada). En Don Bosco el principio metodológico que lo empuja a actuar como verdadero artista es su actitud de amorevolezza: construir confianza, familiaridad y amistad a través de la exigente ascesis del “hacerse querer”. El sistema preventivo tiene mucho de carismático y por lo tanto de “llamada vocacional” y supone la mística de la caridad pastoral (la pasión del “Da mihi animas”) y la ascesis del “hacerse querer” (“No basta con querer a los jóvenes. Tienen que sentirse queridos”), lo que no significa ni malvenderse, ni ceder, ni transigir con aquel que no va bien.
3.2 Una relación de solidaridad con los jóvenes. Dar el primer paso, “ir hacia los jóvenes” es “la primera y fundamental urgencia educativa”, realizada en una convivencia que es expresión de solidaridad operativa/efectiva. El joven es sujeto activo en la praxis educativa y tiene que sentirse realmente implicado como protagonista en la obra que se quiere realizar. Sin su libre colaboración no se construye nada. Y esta es la experiencia de Don Bosco con sus muchachos; él no actuó conquistándolos educativamente, sino compartiendo con ellos las responsabilidades. Esta solidaridad educativa es hoy más necesaria que nunca, cuando la familia, la escuela, la parroquia, la sociedad no siempre están en sintonía con las exigencias formativas del joven.
3.3 Con la mirada fija sobre el hombre nuevo. El objetivo que se propone la educación salesiana es la configuración del hombre nuevo (Cristo) en cada joven. Evidentemente esto no es considerado por la educación laicista. Este principio es fruto de nuestras convicciones. Para un educador salesiano Cristo es la mejor noticia que se puede dar a un joven. Cristo es la plenitud de la revelación: nos revela cómo es Dios y lo presenta como Padre; nos manifiesta nuestra naturaleza más profunda y nos dice que en Cristo somos hijos de aquel Dios-padre. No hay dignidad mayor ni mejor noticia que transmitir. Por esto mismo, Cristo para el salesiano no es una alternativa entre otras sino la plenitud de la vida que debe ser comunicada. Sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El acontecimiento Cristo no es simplemente expresión de una formulación religiosa, sino un hecho objetivo de la historia humana. Cada persona necesita a Cristo y tiende hacia Él, aunque no lo sepa. Tal tendencia es intrínseca a la naturaleza humana, puesto que el hombre ha sido creado objetivamente en el orden sobrenatural, en el cual el “proyecto hombre” es pensado, en vistas al misterio de Cristo. La búsqueda malsana de eficacia y el relativismo religioso va en detrimento de la personalidad de los jóvenes.
3.4 A través de un trabajo de carácter preventivo. Prevenir es el arte de educar en positivo, proponiendo el bien de modo atractivo; es el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, con libertad interior superando formalismos exteriores; es el arte de ganarse el corazón para que caminen con alegría haciendo el bien, corrigiendo desviaciones, preparándose para el futuro. Se trata de llegar al núcleo en el que se forman y se arraigan los comportamientos.
3.5 Uniendo en un solo haz de luz razón y religión. El “’especial método educativo’ de Don Bosco siempre se presenta con tres polos de valores: la razón, la religión, la amorevolezza. Se trata de tres polos que entran “juntos” en tensión y no cada uno por su cuenta. No son valores sencillamente humanos (horizontalismo) y tampoco solo religiosos (espiritualismo); ni sólo valores de amabilidad (sensiblería), sino los tres juntos, en un clima de bondad, de trabajo, de alegría y de sinceridad, que asegura el funcionamiento de la gracia de unidad en la acción educativa”. Evidentemente la práctica del sistema preventivo se convierte, para el educador, en una espiritualidad muy exigente. No se puede practicar sin una comprobada caridad pastoral, sin una verdadera pasión para darse totalmente a la salvación de las almas. Estamos hablando de santidad pedagógica, de santidad atractiva pero profunda, de santidad que se identifica con la alegría, pero conseguida a base de servicio a los jóvenes, de sacrificio, de trabajo y de templanza (“coetera tolle”).
3.6 Con un compromiso creativo respecto al tiempo libre del joven. El CG23 afirma que “la vida de grupo es un elemento fundamental de la tradición pedagógica salesiana”. En Chieri el joven Juan Bosco fundó la “Sociedad de la alegría”; Domingo Savio fundó la Compañía de lo Inmaculada; Miguel Magone perteneció a la Compañía del Santísimo... Por las asociaciones se llega a los ambientes y a cada persona dentro del propio grupo. Naturalmente hace falta siempre estar dispuestos a ofrecer un competente acompañamiento personal, especialmente a los animadores y a los responsables.
3.7 Hacia el realismo de la vida. Una de las características de la pedagogía de Don Bosco es su aspecto práctico, el querer preparar a los jóvenes para la vida social y eclesial; ayudarlos a encontrar el sitio que les corresponde en la Iglesia y en la sociedad (dimensión vocacional). Para este objetivo no bastan las teorías. Hace falta unir a la formación de la mente y el corazón la adquisición de habilidades operativas y relacionales: espíritu de iniciativa, capacidad sincera de sacrificio, inclinación al trabajo con sentido de responsabilidad, aprendizaje de servicios y profesiones o sea una formación al realismo de la existencia con sentido de seriedad y colaboración.
4. EL SERVICIO EDUCATIVO-PASTORAL DE LOS SALESIANOS
“Al educador se le exige seriedad en el propio trabajo y actualización mental. Tiene que estar al tanto de todas las corrientes que influyen en los jóvenes y ayudarlos a valorar y a elegir. (...) No basta con saber, hace falta comunicar. No basta con comunicar, hace falta comunicarse. Quien comunica una noción pero no se comunica enseña pero no educa. (...) Hace falta querer lo que comunicamos y a quien comunicamos”.
Más que las obras importan las personas a quienes somos enviados y a quienes debemos dar respuestas válidas desde el punto de vista educativo y pastoral. Para Don Bosco “los jóvenes fueron sus patronos” que tienen que ser conocidos y salvados. Por esto, para el educador, la formación es la primera exigencia de su vocación y su misión, porque debe “estar en forma” -desde el punto de vista educativo, religioso y pastoral- frente a cualquier situación en la que puedan encontrarse los jóvenes. Para que el servicio educativo que se ofrece sea de calidad hace falta invertir en personas, recursos y tiempo en la formación de los agentes; y se tiene que formar no sólo la mente y la inteligencia, sino también el corazón, que tiene que mantenerse siempre en actitud positiva frente a los desafíos que la cultura y la educación de los jóvenes presentan constantemente. Por esto, como educadores salesianos, debemos valorar nuestra vocación educativa y el hecho educativo en toda su dignidad, lo que significa ayudar los jóvenes a desarrollar todas sus dimensiones, hasta a llegar a ser personas. Hace falta estar realmente en forma para afrontar la “problemática educativa” como un desafío a nuestra capacidad profesional y no como una excusa que nos bloquea, con la renuncia a nuestras tareas educativas. La “calidad” de la vida cotidiana debe ser la plataforma privilegiada de la formación.
Para el que es educador por vocación, el acto educativo es “el lugar privilegiado del encuentro con Dios”. No se trata, por lo tanto, de un momento marginal en su vida. El estar con los jóvenes es el espacio espiritual y el centro pastoral de la vida del educador según el corazón de Don Bosco. Si este centro de unidad se desmorona queda abierto el espacio a los protagonismos, a los activismos o a los intuicionismos que constituyen una tentación insidiosa para las instituciones educativas. La caridad pastoral es el motor de la espiritualidad educativa que es fruto de esfuerzo, de dedicación, de reflexión, de estudio y de búsqueda y de cuidado continuo y atento; pero hunde sus raíces en la unión con Dios (“como si viera lo invisible”), se traduce en oración y acción, en mística y ascética. De este modo sirve no sólo para la santificación del educador, sino también de los mismos jóvenes.
Podemos afirmar aún más. La santificación es un regalo que viene de los jóvenes, puesto que Dios los ama y tiene un proyecto (un ‘sueño’), para cada uno de ellos; porque Jesús quiere compartir su vida con ellos y el Espíritu Santo se hace presente en ellos para construir la comunidad humana y cristiana. Educadores y jóvenes coinciden en el mismo camino de santidad. Por esto, con creatividad, se tiene que aceptar el desafío de ser, a través de la educación, misioneros de los jóvenes de hoy. De este modo, el servicio que ofrece la educación salesiana es completo, es integral, ya que tiene en cuenta todas y cada una de las dimensiones de la persona, buscando el bien total del joven “aquí y para la eternidad”, el honrado ciudadano y el buen cristiano, tal y como se expresa en el trinomio: Salud, Sabiduría, Santidad.
Este servicio educativo no se dirige a los “privilegiados”, a muchachos selectos o elegidos. Y tampoco se trata sólo de un servicio válido para centros asistenciales o muchachos en dificultad. Es un servicio educativo que se ofrece a todos, que es válido para todos. Está concebido para la masa y para cada uno en particular, para cualquier ambiente y para cualquier situación educativa, puesto que los principios y las técnicas que lo sustentan pueden ser practicados por educadores comunes y corrientes, que posean -eso sí- una profunda personalidad cristiana y estén dotados de una gran caridad pastoral hacia los muchachos.
Don Bosco, hombre práctico como ninguno, supo que la bondad de cualquier método educativo se mide por la capacidad de motivar a los desmoralizados, de recobrar a los que ya han arrojado la toalla, de ofrecer a la sociedad, como honrados y competentes profesionales, a aquellos chicos que él recogió por las calles y las plazas, expuestos a todos los peligros propios de una gran ciudad. El método de Don Bosco prepara a hombres para una vida intensamente humana a través de una profesión, útil para él mismo y para la sociedad. Todo eso subordinado al “unum necessarium” del Evangelio: la gloria de Dios y el bien integral del joven.
Don Bosco fue un educador y como tal siempre estuvo entre sus chicos: en el patio, en el comedor, en el aula, en los talleres, en la capilla. Por esto la propuesta educativa salesiana no está circunscrita a algunas estructuras, por ejemplo, a la escuela. El hecho educativo es ante todo y sobre todo una relación entre personas y ésta es posible tanto en ambientes educativos institucionales como en el tiempo libre para los jóvenes. Alma y cuerpo, individuo y sociedad, cultura y salud física: todo es tenido en consideración en esta válida concepción educativa, apta para todos los ambientes (escuelas, parroquias, tiempo libre, plataformas sociales y entornos de marginación…), para todos los contextos geográficos (en todos los continentes está presente la obra salesiana), sociales (ricos y especialmente pobres), religiosos (alejados, tibios, practicantes), para cualquier tipo de sujetos (jóvenes y adultos, familias, ambientes populares) y especialmente para todos los educadores que aspiren sinceramente al bien objetivo de los jóvenes.
Podemos concluir diciendo que el servicio educativo y pastoral salesiano se realiza en una pluralidad de formas, determinadas en primer lugar por las necesidades de aquellos a los que se dedica. Sensibles a las signos de los tiempos y atentos a las exigencias del territorio y de la Iglesia, creamos y renovamos nuestras estructuras con creatividad y flexibilidades constantes, tratando de ser por todas partes misioneros de los jóvenes, portadores del Evangelio a la juventud de hoy. El educador salesiano siempre es hijo de Don Bosco que se declaraba dispuesto a todo, también a “sacarse el sombrero delante del diablo”, con tal de salvar el alma de sus jóvenes.

5. EDUCAR EVANGELIZANDO
“Nuestro arte educativo es ‘pastoral’, no sólo en el sentido de que, en el educador, nace y es alimentada explícitamente y cotidianamente de la caridad apostólica, sino también en el sentido de que todo el proceso educativo, con sus contenidos y con su metodología, está orientado por la finalidad cristiana de la salvación y empapado de su luz y de su gracia”.
Evidentemente para Don Bosco la instrucción religiosa fue la base de toda educación. Incluso siendo de por si restrictivo, quizás la fórmula que mejor expresa el pensamiento de Don Bosco es: “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. O sea, los valores del Evangelio y de ‘nuestra santa religión’ tienen que inspirar y orientar el desarrollo de las potencialidades del joven hasta que llegue a ser persona.
Pero en el contexto de la evolución de las sociedades modernas no resulta claro que educación y evangelización tengan que proceder unidas y que, además, se influyan mutuamente. “Hoy se tiende a presentar predominantemente el hecho educativo en forma laicista y esto no sólo en teoría. Es fácil interpretar la ‘profesionalidad de los educadores’ reduciéndolos al nivel de simples enseñantes. Desafortunadamente, el peligro de la fractura entre tarea cultural y compromiso pastoral no es imaginario. Educar y evangelizar son dos acciones, de por si, diferentes (…) pero la unidad misma de la persona del joven exige no separarlas. No basta siquiera una simple yuxtaposición, como si fuera normal que se ignoraran mutualmente”.
La actividad educativa se coloca en el ámbito de la cultura y hace parte de las realidades terrenales; se refiere al proceso de asimilación de un complejo de valores humanos en evolución, con una meta propia específica y con una legitimación intrínseca que no debe ser instrumentalizada. Su finalidad es la promoción del hombre o sea hacer que el adolescente aprenda la ‘profesión de ser persona’.
Se trata de un proceso que se desenvuelve a lo largo de un camino gradual de crecimiento. "Más que tender a imponer normas, se preocupa por hacer cada vez más responsable la libertad, de desarrollar los dinamismos de la persona, haciendo referencia a su conciencia, a la autenticidad de su amor, a su dimensión social. Es un verdadero proceso de personalización de hacer madurar cada sujeto”. Y este proceso requiere tiempo y una buena y calibrada gradación; esto quiere decir que la educación no puede reducirse a simple metodología. La actividad educativa está vitalmente ligada al desarrollo del sujeto. “Es una especie de paternidad y maternidad, casi como una co-generación humana por el desarrollo de los valores fundamentales, tales como: la conciencia, la verdad, la libertad, el amor, el trabajo, la justicia, la solidaridad, la participación, la dignidad de la vida, el bien común, los derechos de la persona. Y precisamente por esto, preocupada también por evitar lo que es deterioro y desviación, las idolatrías (riqueza poder, sexo), la marginación, la violencia, los egoísmos, etc... Y dedicada a hacer crecer al joven desde dentro a fin de que se convierta en un hombre responsable y se comporte como honrado ciudadano. Educar quiere decir, por lo tanto, participar con amor paterno y materno al crecimiento del sujeto mientras se cuida también, en vistas a este objetivo, la colaboración con otros: la relación educativa, en efecto, supone diferentes instancias colectivas.”
“La evangelización, en cambio, está ordenada por ella misma a transmitir y cultivar la fe cristiana; pertenece al orden de aquellos acontecimientos de salvación que provienen de la presencia de Dios en la historia; se dedica a hacerlos conocer y comunicarlos y hacerlos vivir en la liturgia y en el testimonio. No se identifica sencillamente con una normativa ética, porque es revelación trascendente; no parte de la naturaleza o de la cultura, sino de Dios y de su Cristo".
Señaladas estas diferencias, diremos, sin embargo, que nosotros, en todas las situaciones, tenemos que considerar básica e indispensable la relación recíproca entre maduración humana y crecimiento cristiano, poniendo a disposición del crecimiento (orgánico, unitario y armónico) del joven todos los recursos de naturaleza y gracia. En el su discurso al CG23, Juan Pablo II nos dijo: “habéis elegido bien: la educación de los jóvenes es una de las grandes instancias de la nueva evangelización”. Y él entonces Cardenal Ratzinger recordó, en el encuentro de los Inspectores de Europa, que les toca a los salesianos seguir siendo “profetas de la educación”. Por eso nosotros hablamos de "evangelizar educando y educar evangelizando”, convencidos de que la educación tiene que inspirarse desde el primer momento del Evangelio y que la evangelización exige desde el primero momento adaptarse a la condición evolutiva del niño, del adolescente, del joven… Nuestro modo de evangelizar tiende a formar una persona madura en todos los sentidos. Nuestra educación tiende a abrir a Dios y al destino eterno del hombre.
Para ser evangelizadora la educación tiene que tomar en consideración algunos elementos: la prioridad de la persona con respecto de otros intereses ideológicos o institucionales, el cuidado del entorno que debe ser rico en valores humanos y cristianos, la calidad y coherencia evangélica de la propuesta cultural que se ofrece en los programas y las actividades; la búsqueda del bien común, el compromiso hacia los más necesitados; la pregunta sobre el sentido de la vida, sentido trascendente y la apertura a Dios, ofrecida por propuestas educativas que despierten en los jóvenes el deseo de crecer en la propia formación y en el compromiso cristiano en la sociedad y en favor de los otros.
El educador cristiano, con estilo salesiano, es el que asume el trabajo educativo comprendiéndolo como colaboración con Dios al crecimiento de la persona.

6. EVANGELIZAR EDUCANDO
“La pastoral de Don Bosco no se reduce nunca a sólo catequesis o sólo liturgia sino que se extiende por todos los compromisos concretos pedagógico/culturales de la condición juvenil. (…) Se trata de aquella caridad evangélica que se concreta (...) en liberar y promover al joven abandonado y desorientado”.
En el capítulo anterior hemos puesto en claro que educar y evangelizar son de por sí acciones diferentes, pero que en la praxis salesiana no sólo no se pueden separar sino que tienen que completarse y enriquecerse mutuamente. Si no es salesiana aquella educación que no abre al joven a Dios y al destino eterno del hombre, no lo es tampoco la evangelización que no apunta a formar personas maduras en todos los sentidos y que no sabe adaptarse o que no respeta la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven.
Todos conocen la situación de la cultura europea y las dificultades que encuentra la Iglesia para evangelizar las nuevas generaciones.
Hablar de la religión o de las religiones en la Europa de hoy es realmente complejo. Frente a las cifras de pertenencia oficial están la práctica personal y la práctica social (bautismos, bodas…), las creencias más profundas, toda una tipología de la vivencia de la experiencia religiosa que va desde el creyente convencido y coherente al ateo más radical.
Evidentemente los sondeos y las estadísticas no son la última palabra sobre la vivencia religiosa de nuestros contemporáneos, pero no podemos ignorarlos. Los semáforos, al menos en Europa, están en rojo. Son muchos los artículos, los ensayos publicados en estos años sobre el hecho religioso. Y, generalmente, son pesimistas.
El documento que presentaba “el orden del día” del Sínodo para Europa -octubre de 1999- afirmaba que “el predominio cultural del marxismo ha sido reemplazado por un pluralismo indiferenciado y fundamentalmente agnóstico o nihilista (...) Es grande el riesgo de una progresiva y radical descristianización del continente, hasta el punto de formular la hipótesis de una especie de apostasía del continente”.
Es evidente que tanto la práctica religiosa como las creencias son más débiles entre los jóvenes. Generalmente, éstos viven cada vez más lejos de la fe. “Se trata de una capa de la población más sensible a las modas culturales y ciertamente más golpeada por la secularización ambiental”. La evangelización se hace cada vez más difícil a causa de esta secularización de los ambientes. Hay un verdadero divorcio entre las nuevas generaciones de jóvenes y la Iglesia. La ignorancia religiosa y los prejuicios que cada día bebe de ciertos medios de comunicación han alimentado en ellos la imagen de un Iglesia-institución conservadora, que va contra la cultura moderna, sobre todo en el campo de la moral sexual; por tanto todas las ofertas religiosas son devaluadas automáticamente, relativizadas.
El drama es la fractura existente en la cadena de transmisión de la fe. Los espacios naturales y tradicionales (familia escuela, parroquia) se ven ineficaces para la transmisión de la fe. Crece, por lo tanto, la ignorancia religiosa en las nuevas generaciones.
Es evidente que entre los jóvenes continúa la “emigración silenciosa hacia afuera de la "iglesia”. “Las creencias religiosas se tiñen de pluralismo y siguen cada vez menos un canon eclesial: por lo que lentamente bajan los niveles de la práctica religiosa: sacramentos y oración”.
La ignorancia religiosa es casi absoluta. No es fácil definir la imagen que los jóvenes tienen de Dios, pero ciertamente el Dios cristiano ha perdido la centralidad en favor de un dios mediático que lleva a la divinización de las figuras del mundo del deporte, de la música, del cine.
El joven siente la pasión por la libertad y no se para delante de las puertas de las iglesias. Son muchos los jóvenes que piensan que la Iglesia es un obstáculo a su libertad personal. Es fácil constatar el gran número de jóvenes que se alejan de la Iglesia, se declaran extraños al sentido del pecado y se caracterizan por una marcada tendencia a una mayor permisividad y relativismo moral.
Frente a esta situación podemos preguntarnos: ¿qué educación ofrecen las instituciones escolares y eclesiales? ¿Por qué ha sido borrada la pregunta religiosa del horizonte vital de los jóvenes?
Juan Pablo II ha convocado a la Iglesia a una nueva evangelización que tiene que hacerse con nuevo ardor, con nuevo método y con nuevas expresiones.
El muchacho, el adolescente, el joven son generosos por naturaleza y se entusiasman por las causas que realmente valen la pena. ¿Por qué ha dejado Cristo de ser significativo para ellos?
La Iglesia, si quiere ser fiel a su misión de sacramento universal de salvación, tiene que aprender los lenguajes de los hombres y las mujeres de cada tiempo, etnia y lugar. Evidentemente, además, la Iglesia tiene un “serio problema de lenguaje” que no le permite expresar en forma adecuada la salvación que Cristo ofrece a los hombres de nuestro tiempo. En el fondo se trata de un problema de comunicación, de inculturar el Evangelio en las realidades sociales y culturales; un problema de educación en la fe para las nuevas generaciones.
La educación salesiana parte de la situación concreta de cada persona, de su experiencia humana y religiosa, de sus angustias y ansiedades, de sus alegrías y de sus esperanzas, siempre privilegiando la experiencia y el testimonio, en la transmisión de la fe y los valores. Se cuida la pedagogía de la iniciación cristiana de modo que Cristo sea aceptado más como el amigo que nos salva y nos hace hijos de Dios, y no como el legislador que nos carga de dogmas, reglas o rituales. Se ponen en evidencia los aspectos positivos y alegres de cada experiencia religiosa, fieles al mandato de Dios a Don Bosco en el sueño de los nueve años: Ponte enseguida a enseñarles sobre la fealdad del pecado y sobre la belleza de la virtud.
‘Evangelizar educando’ quiere decir saber proponer la mejor de las noticias, la persona de Jesús, adaptándose y respetando la condición evolutiva del muchacho, del adolescente, del joven. El joven busca la felicidad, la alegría de la vida y siendo generoso es capaz de sacrificarse para alcanzarla, si le enseñamos un camino convincente y si nos ofrecemos como compañeros competentes de viaje. Los jóvenes estaban convencidos de que Don Bosco les quiso bien, que deseó su felicidad aquí sobre la tierra y en la eternidad. Por eso aceptaron el camino que Don Bosco les proponía: la amistad con Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Don Bosco nos enseña a ser al mismo tiempo (esta es la ‘gracia de la unidad’) educadores y evangelizadores. Como evangelizadores conocemos y buscamos la meta: llevar a los jóvenes a Cristo; como educadores tenemos que saber partir de la situación concreta del joven y lograr encontrar el método adecuado para acompañarlo en su proceso de maduración. Si como pastores sería vergonzoso renunciar a la meta, como educadores sería vergonzoso no encontrar el método adecuado para motivarlos a emprender el camino y para acompañarlos con credibilidad.
Conclusión
Concluyo deseándome que el aguinaldo de 2008 y, más en concreto, estas Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana, nos lleven a redescubrir el genio educativo de Don Bosco, nuestro carisma pedagógico, la herencia preciosa del Sistema Preventivo, y nos hagan conscientes de ser portadores del mejor regalo que podemos ofrecer a los jóvenes: la educación salesiana. He aquí, nuestra profecía. He aquí lo que la Iglesia, la Sociedad y los jóvenes esperan de la Familia Salesiana en todo el mundo.

Don Pascual Chávez Villanueva
Roma-Salesianum, 18 de enero de 2008

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