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“He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo”

Domingo II del tiempo ordinario (ciclo A)
Homilía para la clausura de las Jornadas de Espiritualidad
de la Familia Salesiana
Is 49:4.5-6; 1Cor 1:1-3; Jn 1:29-34

Queridos hermanos y hermanas,
Concluyamos esta edición de las Jornadas de Espiritualidad de la Familia Salesiana alabando y dando gracias al Señor que nos ha congregado, nos ha hecho oír su voz y nos envía a nuestras casas, comunidades y obras con la misión de señalar a los jóvenes su presencia entre nosotros. Jesús es el único que puede satisfacer su sed de amor, de vida y de libertad, puesto que Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
En estos días hemos reflexionado sobre el elemento más esencial del carisma salesiano, el Sistema Preventivo de don Bosco, un verdadero regalo de Dios para todos los miembros de la Familia Salesiana, padres, educadores y jóvenes. Se trata de un sistema que tiene el inmenso potencial de llevar a la santidad a todos, educadores y educandos, porque transforma, ante todo, a los educadores a través del dinamismo de la caridad pastoral, pero transforma también a los jóvenes que se convierten en los auténticos protagonistas de la propia educación, liberándolos de experiencias funestas que pueden poner en riesgo su salud física, su maduración psíquica, su salvación eterna, y liberando todas sus energías físicas, intelectuales, afectivas, morales y espirituales para encauzar experiencias negativas, si fuera el caso, y construir robustas personalidades, hombres de bien, buenos cristianos y futuros ciudadanos del cielo.
Pero hemos visto también que en nuestra misión es igualmente indispensable la promoción y defensa de los derechos de las personas, especialmente los de los niños, adolescentes y jóvenes, convencidos como estamos de que la pobreza económica no es el mayor problema, aunque parezca el más inmediato y evidente, pero el problema más grande es una mentalidad que justifica y promueve la divergencia escandalosa entre ricos y pobres, entre los que gozan de todos los derechos y todos los que están privados de ellos. Ciertamente, hablamos de los derechos fundamentales de toda persona humana, como la salud, la educación, la casa, la familia, pero también la libertad religiosa, y, sobre todo Cristo, que es un derecho de todos.
La Palabra de Dios, que hemos escuchado, nos dice que la vida es vocación y que todas las personas tienen una misión que desenrollar: el Siervo de Yahvé tiene la vocación precisamente de ser Siervo de Dios y su misión es la de ser “luz de los pueblos” y llevar la salvación a todos. Pablo se ha sentido llamado a ser “apóstol de Cristo”, con la misión específica de anunciar a Cristo Crucificado. Juan Bautista ha nacido para ser el precursor de Cristo y ha recibido ya desde el seno materno la espléndida misión de preparar su venida, de reconocerlo presente en medio del pueblo y de señalarlo a sus discípulos como “el Cordero de Dios”, lleno de Espíritu Santo, el Hijo de Dios reconocido por el Padre, y testimoniarlo con su palabra, su vida y su muerte.
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, tenemos, como miembros de la Familia Salesiana, una vocación: ser precursores de Cristo al que conocemos, lo reconocemos y lo presentamos al mundo. No es otra, en efecto, la misión salesiana si no la de ser creyentes que hacen sentir el aliento del Espíritu Santo allí donde hay semillas de vida, de bien, de verdad, de belleza; que hacen descubrir las huellas de Dios y de su Amor providente en la creación, en la historia; que hacen ver a los jóvenes la presencia de Cristo en su Iglesia, en los pobres, en los necesitados y en los marginados, y lo señalan como Aquel que buscan sus corazones, precisamente porque es capaz de satisfacer sus deseos más profundos, de no desilusionar sus esperanzas, y animarlos a ser sus discípulos.
Sin el testimonio de Juan, Jesús hubiese pasado inadvertido para la multitud. Y esto que sucedió entonces, sucede también hoy, donde parece que se pierden las huellas de Dios en el mundo, donde se experimenta el “silencio de Dios” y se nos engaña con poder vivir prescindiendo de su proximidad solidaria, de su presencia amorosa, de su empeño salvador. El Bautista tuvo la gracia de vivir esperando a Cristo, de prepararse para recibirlo, con la mente siempre alerta y el corazón vigilante, y después de reconocerlo entre la muchedumbre que venía a su encuentro. El Bautista tuvo el coraje de ser el primero en identificar a Jesús como el vencedor del pecado y tuvo la audacia de no silenciar cuanto sabía. Y así, avalado por el Bautista, Jesús pudo empezar a manifestarse entre los hombres.
Sin embargo el evangelio no quiere recordarnos solo el mérito de Juan de descubrir e identificar a Jesús como el Cordero de Dios que se entrega a la muerte para derrotar al pecado, como el hombre lleno del Espíritu e Hijo de Dios, sino más bien reclamar nuestra atención sobre la necesidad del testimonio cristiano a fin de que Jesús pueda ser reconocido y seguido por nuestra generación, necesitada ella también de redención. De poco hubiera servido el hecho de que Dios se hubiera encarnado como hijo de Maria si Jesús no hubiera sido aceptado como Hijo de Dios. No debemos olvidar cuanto está escrito en el prólogo del evangelio de Juan: “vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo han acogido, les ha dado el poder de ser Hijos de Dios”. Es bastante triste tocar con la mano, también en nuestra propia experiencia, el mal, ser conscientes de su tremendo poder, y sin embargo pretender no necesitar de Cristo y querer sustituirlo con el progreso de la ciencia, de la técnica, de la economía y del bienestar. Con gran parressia, con mucha franqueza Benedicto XVI ha dicho en la encíclica “Spe salvi” que la ciencia -aunque haga más fácil y cómoda la vida del hombre y de la mujer sobre la tierra, al menos para aquellos que la gozan- no redime el hombre. Y es así porque “la técnica -como tampoco la ciencia- no tiende a un fin, no promueve un sentido, no abre escenarios de salvación, no redime, no revela la verdad: la técnica simplemente funciona”.
Pues bien, si Jesús no hubiera contado con la disponibilidad de Juan Bautista, no habría sido presentado como el Cordero, el hombre lleno del Espíritu, el Hijo de Dios. Afirmando la misión de Jesús, Juan aceptó disminuir la suya: señalando a Jesús como el Cordero que quita el pecado, envió hacia Él a todos los que venían a verlo.
Hoy como ayer, o mejor hoy más de ayer, Jesús necesita personas que lo den a conocer. Se necesitan personas que hagan ver la presencia de Dios en el mundo. El querer de Dios de estar cerca de nosotros, en una palabra, su encarnación, habría sido un fracaso si no hubiera habido un Juan Bautista para señalarlo entre la muchedumbre.
He aquí nuestra misión salesiana, queridos hermanos y hermanas: ser personas que den testimonio de Jesús a los jóvenes, especialmente a los más pobres desde el punto de vista social y económico, necesitados desde el punto de vista afectivo y emocional, en situación de riesgo desde el punto de vista de la pérdida de sentido de la vida, de esperanza y de futuro. No debemos olvidar que la tentativa de echar a Dios fuera de nuestra existencia, no convierte la tierra en un paraíso. ¡Al revés! Hace más arduo nuestro trabajo, más frágil nuestra vida, y menos paradisíaca nuestra tierra.
Es interesante ésta decisión pedagógica de Dios de hacerse preceder por precursores. Una elección que llega a frutos abundantes cuando las personas elegidas desenrollan hasta el final su misión, se identifican con el querer de Dios. Esto es lo que hizo don Bosco que como creyente caminó por la historia “como si viera al Invisible” y encauzó toda sus energías al servicio de una única causa: la salvación de los jóvenes, y para realizar esta misión dio lugar a todo tipo de iniciativas y obras, entre otras la fundación de la Familia Salesiana, no teniendo otras miras que las almas: “Da mihi animas”.
Estoy seguro de que las vocaciones para todos nuestros institutos se multiplicarían, serían más firmes y darían más fruto si los jóvenes -muchachos y muchachas- que frecuentan nuestras obras o que cuidamos en las diferentes actividades de todo tipo hallaran en nosotros un Juan Bautista que les señalara a Jesús, que les hiciera conocer su identidad profunda y los guiara en su seguimiento.
¡Qué hermosa misión nos confía el Señor! Realicémosla con gozo, con convicción y con generosidad. Cristo es un derecho de todos. Señalemos su presencia entre nosotros y llevemos a los jóvenes al encuentro personal con Él.


Roma, Salesianum - 20 de Enero de 2008
Don Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor

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