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¿Prevenir: una opción posible?


Cuando se me ha planteado el dar un título a mi intervención me ha salido espontáneamente “Prevención: un futuro posible”. Después, reflexionando sobre el mismo he preferido añadir un interrogante: “¿Prevenir: una opción posible?”
El aguinaldo del Rector Mayor y la encíclica del Papa Benedicto XVI sobre la Esperanza parecen confirmar esta expresión.
Hablar hoy de opciones que hagan más creíble el futuro no es fácil porque la rapidez con que se suceden los instantes del presente parece identificar el futuro con cuanto vivimos en el momento.
Me ha parecido Importante ‘revisar’ algunos términos que usamos continuamente.
Por curiosidad me he asomado a internet para ver si me sugería algo: he buscado estas palabras: prevenir-preveniente-prevención
Y he encontrado que
§ prevenir = aparece unido a salud (tumores), incendios, violencia, desastres climáticos, internet…
§ preveniente = está en relación con la construcción (“el que edifica lo primero”), con la gracia de Dios (que viene a nosotros antes que).
§ prevención = generalmente unido a “estilo educativo o arte de educar en positivo”.
Para el término “educación/educar” he preferido recurrir a Don Bosque, a la riqueza de nuestra tradición salesiana y a la experiencia personal que cada uno de nosotros ha podido profundizar.
He pensado en los muchos jóvenes que encuentro en las diferentes partes del mundo, a los educadores conocidos en las reuniones a nivel internacional de las Naciones Unidas, a los miembros de la Familia Salesiana que hacen de modo muy simple cosas grandes en muchos países y he encontrado un hilo conductor:
Para prevenir los tumores, los desastres que se multiplican a nivel mundial hace falta ser prevenientes, o sea ser los primeros en construir en los jóvenes que encontramos la confianza en las propias posibilidades de bien y ayudarlos a creer que es posible construir un futuro bello para todos. Y hay que hacerlo con aquellos métodos que dicen que hay un corazón que ama y una visión positiva sobre la realidad.
El aguinaldo del Rector Mayor subraya la belleza de este hacerse colaboradores de Dios en hacer crecer la semilla de la vida en una buena tierra. Me parecen particularmente significativas las expresiones que hacen referencia a “Este ‘hoy’ de Jesús [que] se prolonga en nuestra misión educativa”, volviéndonos a llamar a la esencialidad de nuestra misión como “enviados a los jóvenes para anunciarles la novedad de la vida que Cristo nos ofrece, para promoverla y desarrollarla por una educación que libera a los jóvenes y los pobres de las opresiones que les impiden buscar la verdad, de abrirse a la esperanza, de vivir con sentido y con alegría, de construir la propia libertad”.
Esto es posible cuando se cree en la educación como Don Bosco; cuando se sabe apostar sobre los recursos positivos que cada joven tiene, se hace acción educativa una experiencia espiritual y se promueven los derechos de los menores.
Es posible cuando nos convertimos en generadores de esperanza.
Cuando hablo en público señalando los pequeños gestos cotidianos de solidaridad encontrados, leyendo los testimonios de gente común que se desvive por la paz, por el desarrollo, por los derechos humanos de los más débiles me doy cuenta enseguida de la tención que aparece en los rostros, las miradas se encienden porque son temas que nos tocan en profundidad, responden a una sed de esperanza en un mundo mejor.
Estamos viviendo hoy situaciones que pueden hacernos experimentar nuestra impotencia o bien que hacen despertar en nosotros una creatividad que no creíamos tener.
Nos han hablado tanto del escándalo del hambre, de la pobreza que ha alcanzado números astronómicos, de los problemas ligados a la seguridad, de las agresiones a la vida, de la fragilidad de los procesos de democratización, de reducir todo a conceptos lejanos y también vacíos sin la referencia a situaciones concretas que nos toquen de cerca y en las que nosotros también tenemos algo que decir y hacer.
La situación actual nos concierne a todos: se trata de un desafío que consiste en promover y consolidar todo lo que hay de positivo en el mundo y superar todo lo que hiere, degrada y mata al hombre.
Encontramos y acompañamos a los jóvenes de cualquier clase, con las riquezas propias de la edad, con las ansiedades e inseguridades fruto también de los condicionamientos que la realidad presenta:
¿Qué significa para nosotros ‘apostar sobre sus recursos positivos’?
El resultado de nuestra acción educativa ¿les ayuda a madurar una experiencia espiritual? ¿Qué puede significar para nosotros promover y educar los derechos humanos de los menores más débiles?
Seguramente recobraríamos la validez de la prevención si pensáramos en el vacío que hay hoy en esos términos tan usados comúnmente.
Se educa en la medida en que se comprende que educar quiere decir ‘saber intervenir’, ‘saber crear condiciones’ que permitan al otro crecer en la medida de las potencialidades que Dios le ha dado.
Cada día en los medios de transporte público estoy en contacto con la gente que va al trabajo. Escucho sus conversaciones que siempre versan sobre las preocupaciones económicas y el cansancio de vivir hoy en una sociedad que amenaza la seguridad personal y comunitaria. Y cada vez reflexiono sobre la resonancia que tales discursos pueden tener sobre los jóvenes: ¿esperanza en el futuro? ¿Alegría de crecer y de poder relacionarse con los otros? ¿Cuál es nuestra actitud e intervenciones en situaciones que ponen continuamente en el centro los problemas de seguridad?
¿Qué promueve la Familia Salesiana respecto a la atención a los jóvenes más pobres?
¿Tenemos signos nuevos que respondan a las preguntas relativamente nuevas que la historia nos presenta? ¿Sabemos incidir en las instituciones para que respeten los derechos de los más débiles? ¿Tenemos algo que decir en relación a la paz, a los derechos humanos?
Por lo que conozco puedo contestar que sí.
Cada uno de nosotros puede hacerse hoy generador de las novedades en movimiento de las que no siempre somos conscientes, dando hoy testimonio de este ser signos y expresión del amor de Dios.
Pienso en las mujeres encontradas en India, en Ecuador que con orgullo te enseñan cuánto han sido capaces de crear a nivel de microempresa, de lo que ha significado la solidaridad que se ha creado entre ellas y la posibilidad de reconocerse promotoras de desarrollo allí donde viven.
Pienso en todos los niños que gracias al apoyo a distancia pueden vivir una vida más digna y con esperanza en un futuro mejor. Y unido a ellos pienso en todas las personas que han descubierto un país lejano por el rostro de un niño, creando puentes de solidaridad que van más allá de sus sacrificios.
Y pienso en los miles de jóvenes a los que llegamos a través de las propuestas de voluntariado y que saben afrontar la vida con esperanza, ayudando a otros jóvenes a saber soñar con un futuro mejor.
Pienso en las iniciativas que lanzamos y a las que se adhieren con entusiasmo: el proyecto “Los bienes comunes y los jóvenes: un patrimonio a proteger” ha visto jóvenes de diversos continentes encontrarse para repensar la herencia recibida del pasado y la responsabilidad de cara al futuro en cuanto concierne al planeta Tierra y al reconocimiento de la existencia del otro.
Además pienso en el valor del Instituto de querer un Despacho o Centro de Derechos Humanos en Ginebra en un momento en el que la persona humana es cada vez más desterrada a una dimensión estadística, un Despacho que quiere ser una señal de esperanza dando a conocer todo lo que se está realizando para defender, promover los derechos de los niños, de los jóvenes y de las mujeres (dentro del Consejo de los derechos humanos, de la coordinación de las ONG católicas…)
Se habla mucho de la ‘amenaza hoy de la falta de amor’: considero que la afirmación es válida si se hace en general una referencia al discurso cultural y mediático, cambia, y mucho, si nos referimos a las personas concretas. Cada uno de nosotros tiene algo que contar sobre la necesidad y la capacidad de amor presente en las personas que encontramos, sobre la necesidad de ‘vida’ lanzada como un grito por los jóvenes.
Y entendemos mejor cuánto nos interpela el ser signos y expresión de su Amor.
Reflexionar sobre cuánto estamos realizando quiere decir actualizar el sistema preventivo hoy…la prevención según el estilo salesiano se convierte en actitud no en las cosas por hacer sino una actitud de vida, en el modo de ver las cosas (nunca catastrófico) un modo de vivir la realidad reconociendo que Dios camina con amor en este mundo y a través de nosotros para engendrar vida. Nuestro ser íntimo sufre con los otros, goza con los otros y nos da la alegría de vivir, de ser felices de ser lo que somos y de hacer lo que hacemos.
Cada uno de nosotros tiene la experiencia que cuando se quiere bien se trata de llegar antes de que el otro se encuentre en situaciones de peligro…se construye en el otro la certeza de que vaya donde vaya siempre hay alguien que cree en nosotros y esto crea esperanza en un futuro mejor.
Me viene espontáneamente, en este momento, el pensar en una carta escrita por Luigi, un joven de 23 años que desarrolla un servicio en la estructura internacional del VIDES. “…La primera vez que me encntré en VIDES sólo era un chico perdido, que buscaba un camino que recorrer y que con frecuencia lo encontraba cerrado desde el principio. Nunca hubiera pensado que VIDES sería la rampa de lanzamiento que me llevaría a lo que ahora soy: gracias a VIDES he entendido mi orientación profesional que aun hoy trato de madurar…”
Lo escojo como símbolo de los muchos jóvenes que expresan la misma resonancia: haber encontrado un sentido a la propia vida, sentirse responsable de ella también en la confrontación con los otros.
He aquí la gran apuesta que jugamos: saber despertar en los chicos, sea cual sea la situación en la que vivan, cualquier condicionamiento que hayan vivido, la búsqueda del bien que cada uno lleva dentro para hacerlo fructificar.
Hoy es urgente pensar en uno de los derechos principales de los jóvenes: crecer como semilla arrojada en ‘tierra buena’, destinada a dar frutos abundantes para que se realice el reino de Dios.

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