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JORNADAS DE ESPIRITUALIDAD SALESIANA
22-25 de enero de 2009-01-22

 

Homilía de Don Adriano Bregolín – 23 de enero de 2009

Queridos hermanos y hermanas:
            El Evangelio que hemos escuchado hace un momento nos presenta el episodio de la llamada de los doce. Esta llamada tiene lugar en la cima del monte donde Jesús se había retirado a orar.

            ¡“El monte”! Es la primera vez que este término aparece en el evangelio de Marcos. Normalmente el evangelista encuadra sus narraciones en el contexto del mar o en los lugares desiertos. Debe haber, pues, un motivo teológico que predomine sobre la referencia geográfica.

            El monte: la referencia más inmediata es el Sinaí (Ex 19ss), allí donde Dios se revela como Dios de los israelitas, allí donde ofrece alianza. El monte Sinaí representa el momento de la gran llamada, el momento de la constitución de los hebreos como pueblo de Dios, es el momento del envío hacia la tierra prometida, envío que es misión porque éstos deberán anunciar a todo el mundo las maravillas de Yahveh.
           
Dios, soberanamente libre, llama al encuentro de amor; Dios funda la unidad y la identidad de Israel sobre lazos de amor, Dios envía a ser anunciadores del amor.

            Pero el tema del monte alude también al Calvario, tras la entrega, y a la Transfiguración, anuncio de la gloria, a la pasión y glorificación. El Calvario es el nuevo Sinaí, el lugar del nuevo éxodo, de la verdadera pascua. Allí tendrá lugar también la plena revelación de Dios, allí verá la luz el nuevo pueblo, de allí se iniciará la misión universal de la Iglesia.

            La subida de Jesús al monte para llamarlos a estar con él y enviar doce es, pues, cumplimiento y profecía. Jesús es Yavheh que en su suma libertad llama, convoca, establece y envía.

            “Llamó consigo a los que quiso y éstos fueron con El”.
            Jesús los llama con soberana libertad, en obediencia al Padre. No son los doce los que se lo proponen, los que se hacen elegir; sino que es Jesús quien actúa con una iniciativa repentina, casi inesperada.
            El único preparativo ha sido la subida al monte, allí donde Jesús se retiraba a menudo a orar. Subir con él a la montaña es participar en su oración. Y este es el único presupuesto de la llamada.

Ser Iglesia

            Al constituir el grupo de los Apóstoles Jesús nos manifiesta que la llamada fundamental de toda vocación cristiana es la de ser Iglesia. Y es dentro de esta común vocación donde tienen origen y sentido las vocaciones específicas en el seguimiento de Cristo.
            Puede suceder que una persona pueda experimentar una vocación específica como “sentirse” por encima de los demás o con una posición de distinción respecto a la Iglesia. Y esto sucede cuando la vocación específica es vivida como privilegio, como un hacer camino por cuenta propia, como romper la solidaridad con los demás, con la vida del pueblo de Dios. Es la mentalidad clerical en el sentido peyorativo del término: el sentirse categoría aparte, diversos de los demás, poseedores de derechos que no son los de todos.
            Es la mentalidad de quien vive la propia vocación según la lógica del poderoso en vez de la lógica del servicio. Mentalidad clerical, tan parecida a la farisaica. Personas que en vez de construir la unidad trabajan por la división, fracturan la comunidad-Iglesia en roles, castas y grupos contrapuestos.
            Ésta ya no es la obra del verdadero Dios, que es Amor e impulsa a la unidad, sino sobre todo la obra diabólica del maligno que tiende a dividir y a contraponer.

 

Vivir en gratuidad

            La vocación a ser Iglesia nace de la soberana libertad de Dios. Y, dentro de la Iglesia, ¡Toda otra vocación! El todo es misterio. Pero misterio de gratuidad. Nadie puede tener pretensiones.
            Muere la vocación cada vez que se sale del clima de la gratuidad para tener pretensiones delante de Dios. Pensad cómo algunas veces tenemos la tentación de decir: “Señor, he hecho esto por ti, ¿y tú…?”.
            La vocación es un don, don siempre inmerecido, don gratuito. Por tanto la única actitud de respuesta no puede ser más que la acción de gracias y aquella humildad de fondo que nos hace sentir que hemos alcanzado un don inmerecido, aquella humildad que abre la puerta para que el don continúe llegando hasta nosotros.
            ¿Cómo no sentir en esta ocasión la grandeza de nuestra común vocación salesiana? Don gratuito de Dios que pone en nuestro corazón su mismo amor de Buen Pastor para que nosotros seamos los Buenos Pastores de los jóvenes.

La oración

            El único gesto que nos dispone al don gratuito de Dios es la oración. Jesús convoca en el monte, Jesús llama consigo y envía a los que han compartido el esfuerzo de subir al monte de la oración.
            La oración está en el origen de toda vocación: la común y la específica.
            La oración alimenta toda vocación. La oración está en la base de nuestra renovación vocacional.
            Porque se puede dejar de sentirse llamados y enviados, no porque falle la soberana libertad de Dios, sino porque merma nuestra capacidad de entenderlo y de acogerlo. Sin la oración muere nuestra capacidad de escuchar a Dios y a los jóvenes.
            Se entra en una zona peligrosa cuando se deja de orar, cuando se actúa por costumbre, por la fuerza de la inercia.  O quizás se reza, pero sin amor, sin deseo de que nuestra vida se transforme en caridad. En este caso, la oración ya no es encuentro de amor, ya no es diálogo de amistad, ya no es intimidad, afecto, fidelidad.
            Por el contrario, el caminar mismo de Cristo conoce la experiencia constante del monte, el lugar de la oración, el espacio íntimo y confidencial desde el que hablar con el Padre. Una oración que saca fuerzas del Padre e impulsa al don de la misión. Una oración que en el fervor de la misión encuentra el deseo de entregar todo al Padre.
            Una Iglesia que no reza es una Iglesia que pierde su identidad porque no escucha la llamada, porque pierde la apertura del corazón para responder, porque pierde el vigor para la misión.
            Nuestra familia salesiana hace mucho bien, pero debemos humildemente implorar que la oración, sobre todo la Eucaristía, sea siempre el centro vital de lo que somos y hacemos. Si fuese al contrario estaríamos destinados a agotarnos espiritualmente, a ser insignificantes en nuestro testimonio, a ser formales e infecundos en el anuncio de Jesús.

Estar con él

            El texto de hoy nos dice además que llamó a los doce para que estuviesen con él. Tratemos, sobre todo, de comprender el sentido que la expresión “estar con él” tiene en los evangelios.
            Expresiones equivalentes son: “lo que estaban en torno a él” (Lc 22, 49.56.58.59.); “sus conocidos” (Lc 23, 49); y “amigos” (Jn 15, 13.14). Así pues, “estar con él” indica pertenencia e intimidad, caracteriza un estilo de vida casi familiar.
            Pero volvamos a Marcos. Los que están con él son los que viven con él en su casa de Cafarnaún, lo que comen con él (Mc 2, 1), los que escuchan en su casa sus enseñanzas (Mc 3, 31); los que se alojan con él en su casa (Mc 1, 35).
            Notaréis que el tema de la casa trae de la mano al de la familia. Los Apóstoles verdaderos  llegan a ser familiares de Jesús. Son los que participan en la vida escondida de Cristo. Nosotros diríamos, los que comparten con él su vida privada, los que por asiduidad en las relaciones forman parte de su intimidad.

Vida escondida

            ¿Existe y tiene sentido para nosotros esta dimensión de la vida escondida con Cristo? Vivir una vida escondida quiere decir vivir una vida de intimidad con Cristo. Unirnos a él para crecer en nuestra identidad, unirnos a él para ser en él vivos y eficaces en la misión.
            “El conocimiento-comunión con Cristo no se limita a adquisiciones intelectuales, ni a la capacidad de usar instrumentos para una lectura bíblica, patrística y espiritual del misterio cristiano; nuestra vocación necesita experiencia, comunicación de vida, implicación en el acontecimiento de Cristo, adhesión de toda nuestra persona a Aquel que siempre nos precede” (E. Bianchi).

            En ese sentido nos podemos preguntar si lo que más cuenta para nosotros es precisamente esta intimidad con el Señor, cómo se desarrolla dentro de nosotros, dónde está el secreto de nuestra fuerza apostólica y si lo que más cuenta es lo que realizamos en torno a nosotros.

            Existe el riesgo de proyectarnos tanto al exterior que la experiencia de amor entre nosotros y Cristo pase a un segundo plano, se convierta en algo remoto o marginal o – incluso – podamos llegar a sentirla como molesta y superflua.


Envío

            ¡Estar con El! Si esta es la experiencia fundamental, la consecuencia es ser enviados.
            “Constituyó doce que estuvieran con él y también para mandarlos a predicar y para que tuviesen el poder de expulsar demonios”.
            Palabra y signo vienen como la derivación natural de “estar con él”.
            Cuando una Iglesia deja de estar con él, cuando no hace de este “estar con él” el alma de su experiencia, pierde fuerza la palabra, pierden fuerza los signos de salvación.
            Aquí encuentra su origen la misión, de este “estar con él”.

            Queridos hermanos y hermanas de la Familia Salesiana, estamos en el 150 aniversario de los inicios de esta familia que, según el corazón de Don Bosco, deberá ser siempre un gran movimiento para la salvación de los jóvenes. Acojamos esta Palabra de Jesús como signo de un nuevo envío. Volvamos a acoger hoy su llamada. Intensifiquemos nuestra vida interior y entreguémonos totalmente para ser “juntos” presencia de su amor y portadores de sus signos de salvación

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