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Pina Bellocchi Angelo Santorsola Damas Salesianas

EN FAMILIA PARA LA MISIÓN

(Pina Bellocchi)

La finalidad de nuestra intervención es la de recordar juntos, brevemente, lo que desde hace algunos años la Carta de la Misión ha propuesto a la Familia, pero también la de releer ese documento, subrayando algunos puntos fundamentales que se refieren a su real actuación. Ninguno de nosotros puede ignorar que en nuestras realidades, junto a tantas luces, existen también sombras.

El encuentro de estos días no es y no quiere ser una celebración estéril de nuestro ser Familia, ni un simple, aunque bonito encuentro de fraternidad entre los varios Grupos, sino más bien un momento de profunda reflexión sobre lo que somos y sobre lo que podemos ser, para partir de aquí con firmes propósitos de renovación. Sólo así seremos fieles al Espíritu que ha suscitado el carisma salesiano en la Iglesia como don para el mundo.
Nosotros que pertenecemos a los grupos que de un modo o de otro hacen referencia a Don Bosco, compartimos la misma espiritualidad que nace del mismo carisma, una consanguinidad espiritual, un conjunto de elementos comunes que forman un estilo de vida, un modo de mirar la realidad, una óptica de la misión, fuente de nuestra comunión.
El significado de la palabra “espiritualidad” es: “Actitud de vivir según las exigencias del espíritu y darle la preminencia. Sensibilidad a los valores espirituales. El conjunto de motivos que delinean una concepción religiosa o una visión espiritual”.
No es ciertamente el momento para hacer un estudio en profundidad en este campo, y por ahora nos basta recordar, con el art. 21 de la Carta de la Misión, que toda espiritualidad

  • nace de  un carisma
  • da una visión nueva de la realidad, permitiéndonos leerla no sólo en aquello que aparece, sino en aquello que está debajo de los acontecimientos
  • llena de una fuerza que se hace entusiasmo en el don de si mismo a los otros, como caridad operativa
  • sugiere criterios para relacionarse con Dios, con la creación, con la historia y con los hermanos
  • unifica la existencia, dándole un alma, un centro y una motivación (Cfr. La carta del la misión de la FS, art. 21)

 Reflexionando sobre la realidad que a veces vivimos como Familia Salesiana, me ha parecido poder señalar algunas “tentaciones” en las que corremos el peligro de caer en el momento en que perdemos de vista nuestro carisma y la riqueza de nuestra espiritualidad apostólica.  Quiero enfocarlas brevemente.

1. La tentación  “de la hierba del vecino”
No es raro encontrarse con miembros de la Familia Salesiana que al mismo tiempo abrazan con entusiasmo también otros caminos carismáticos, que, aun siendo válidos, no son los de don Bosco. “La hierba del vecino”, parece ser más verde y más fresca.
Se encuentra entonces a quien se entusiasma por grupos de oración benedictina, carmelitana, jesuítica, o a quien se embelesa por itinerarios de catequesis vividos en un estilo que carismáticamente poco nos pertenece.
Como si el don que hemos recibido de Dios a través de Don Bosco no tuviera la misma profundidad espiritual de la que tienen los otros. Y por seguir ya el uno ya el otro terminamos por estar “separados dentro” y perder el don que hemos recibido al entrar en la Familia Salesiana
Todas las espiritualidades tienen su valor y su función en la Iglesia y en el mundo, es cierto, pero también es verdad que la salesiana no le va en zaga a ninguna de las otras; debemos sólo profundizar en ella y vivirla en su especificidad y originalidad.
La espiritualidad salesiana no es una espiritualidad “reducida”, “superficial”: es una espiritualidad fuerte y profunda, que indica una modalidad de hacerse santos, no replegándose sobre uno mismo, sino poniéndose al servicio de los hermanos.
Superemos, pues, la tentación de ver únicamente “fuera de casa” lo bello, lo bueno, lo que entusiasma, lo profundo y tratemos de ser aquello que hemos sido llamados a ser.

2.- La tentación “de la ruptura”
Puede suceder que, absorbidos por el ansia del servicio y de la urgencia de la misión, noslancemos de lleno en el trabajo, olvidando lo importante que es cuidar la esfera de la oración y de la unión con Dios; o, viceversa, ante una tarea educativa que nos parece tan difícil y pesada, nos alejemos de un compromiso hacia los otros y nos refugiemos en un espiritualismo estéril. Corremos  de ese modo el peligro de crear una fractura en nuestra vida y deslizarnos en una dirección o en la otra.

Hacer síntesis entre una plena donación y unión con Dios y una laboriosidad apostólica  por Él, entre una vida interior y el servicio a los hermanos, entre la contemplación y el compromiso educativo, entre la espiritualidad y el sistema preventivo, es para nosotros un imperativo imprescindible.
Juan Pablo II en un mensaje a los capitulares en mayo de 1990, decía “Me complace subrayar, antes de nada, como elementos fundamentales, la fuerza de síntesis unitiva que brota de la caridad pastoral. Ella es el fruto de la potencia del Espíritu Santo que asegura  la inseparabilidad vital  entre unión con Dios e dedicación al prójimo, entre interioridad evangélica e acción apostólica, entre corazón orante y manos operantes. Los dos grandes Santos, Francisco de Sales y Juan Bosco, han  dado testimonio y hecho fructificar en la Iglesia esta espléndida “gracia de unidad”. La resquebradura de esta unidad abre un peligroso espacio a aquellos activismos o intimismos que constituyen una tentación insidiosa para los Institutos de vida apostólica” (Osservatore Romano 2.5.’90)
La “gracia de unidad” es una de las claves decisivas para comprender, interpretar y realizar armónicamente la fisonomía de la espiritualidad y de la vida salesiana.
Ninguna dicotomía, pues, entre interioridad y misión, entre unión con Dios y dono a los hermanos: es el mismo amor de Dios el que nos hace ser don para los hermanos. Así es como se puede realizar el llamada “éxtasis de la acción”, de que habla San Francisco de Sales, sin olvidar a Dios por el mundo, ni al mundo por Dios.
Don Bosco mismo es para nosotros el espejo en el que ver la posibilidad de hacer síntesis, de armonizar: él era profundamente hombre y, al mismo tiempo, hombre de Dios; abierto a las realidades terrestres y, al mismo tiempo, inmerso en Dios. 

A quien haya pensado o piense que don Bosco tuvo poca oración formal porque estaba sumergido en el trabajo, nosotros Familia Salesiana le decimos que no es verdad que don Bosco tuviese una oración ligera y reducida en el tiempo. La oración era intensa y, sobre todo, por la mañana, prolongada; además periódicamente recortaba para sí días de total silencio y de oración, como había aprendido en la escuela de don Cafasso.
La síntesis de don Bosco es perfecta y se puede evaluar incluso con el parámetro de tantos santos que han puesto en armonía contemplación y acción, como san Francisco de Sales, como Madre Teresa y tantos otros.
Don P. Chávez nos recuerda: “En Don Bosco la santidad refulge en las obras, es verdad, pero sus obras son sólo la expresión de su vida de fe” (Don P. Chávez, Discurso del comienzo de CG26, p. 117) Quien sigue a don Bosco hace experiencia de Dios a través de los jóvenes y de los pobres. Ellos son no sólo los beneficiarios de una actividad: son nuestra vocación. Ser “especialistas de los jóvenes” forma parte de nuestro ser y significa tener el corazón orientado hacia ellos, hacia sus problemas y sus exigencias, hace sus aspiraciones y deseos. Y todo esto porque el mimo corazón está orientado hacia Cristo, colmado de Él, hasta hacer propia su causa. 
 “Don Bosco, decía don Viganó; contempla siempre a Dios, en cuanto que es el más grande enamorado del hombre” (Cfr. “D. Bosco, actualidad de un magisterio pedagógico”, Roma , LAS, 1987, Presentación. P. 12)
Don Vecchi continuaba: “La unidad es una gracia incluida en la llamada a la vida  salesiana, que comporta, como toda vida, un desarrollo unitario” (Cfr. Atti 354 p.38)
Es un camino que estamos llamados a hacer, superando el riesgo de un desequilibrio en favor del polo secular o en favor del polo espiritual. Es un camino que exige equilibrio y armonía continua. Es un camino que vale la pena hacer, porque va en ello nuestra fidelidad al carisma auténtico de don Bosco.
Nuestro padre al trazar para sus hijos las líneas de la espiritualidad, hizo referencia a san Francisco de Sales, el cual, como decíamos antes, “ha indicado un nuevo camino de espiritualidad en la Iglesia: el éxtasis de la acción y de la vida, aquello que hoy nosotros, Familia Salesiana, llamamos espiritualidad de lo cotidiano.
El Papa Juan Pablo II, con ocasión de la celebración del 88, en la carta Iuvenum Patris, en el número 5 hablaba de don Bosco como “iniciador de una verdadera escuela nueva  y atrayente de espiritualidad apostólica”.

Todo salesiano, laico o religioso, casado o consagrado, ve a Dios en el rostro de cada hombre, de cada joven que aguarda una palabra de esperanza, vive la ascesis del compromiso fatigoso de cada día en servicio de los pequeños y de los pobres, sirve al Señor con simplicidad a través del trabajo cotidiano realizado con diligencia, con competencia, disponibilidad y espíritu de sacrificio, no separa la relación con Dios de su servicio al hombre.

La nuestra es una espiritualidad que se alimenta de una oración simple, profunda, que sabe llenar de Dios cada acción, cada compromiso, cada trabajo. Esto quiere decir que debemos tener tiempos de oración y de contemplación; es más, cuanto más crece la mole de servicios, más sentimos la necesidad de tener momentos en los que nos encontremos  a solas con el Señor y somos conscientes de que lo encontramos incluso cuando estamos entre la gente, arbitrando un partido, cumpliendo bien nuestro trabajo, llevando alegría, comunión capacidad de diálogo, en las pequeñas cosas de cada día.

Él nos quiere  salesianos contemplativos en la acción, capaces de conjugar una vida de intensa unión con Dios con un trabajo incansable por los hermanos.
Estamos llamados, pues, a vivir, en la simplicidad del cotidiano, una espiritualidad de la síntesis, de la unidad y no de la dicotomía entre oración y servicio, entre diálogo con Dios y diálogos con los hombres.
Como hijos de don Bosco estamos llamados a asumir nuestra espiritualidad, que nos quiere educadores, y a mostrar la riqueza y la fuerza evangelizadora de la educación.  “Evangelizar educando y educar evangelizando”: una propuesta de vida que dice que para nosotros el sistema preventivo no es sólo un instrumento pedagógico, sino también una espiritualidad. A través de la intervención educativa nosotros salesianos ayudamos a los jóvenes, y no sólo a ellos, a sacar de sí mismo lo bueno que llevan dentro, a hacer emerger lo que todavía no han sido capaces de expresar, tanto a nivel humano como espiritual.

La etimología de la palabra educación, por otra parte, es ex-ducere, o sea conducir, sacar fuera, solicitar el desarrollo de potencialidades propias del sujeto y no alinearlo dentro  un modelo de pensamientos  y de comportamiento estereotipado. Educar es, por tanto, para nosotros, liberar, hacer salir a la luz algo que está escondido, es hacer al hombre más hombre, ayudándolo a tomar cada vez más conciencia de su dimensión espiritual y de su vocación a la santidad.
Educa sólo quien ama, porque sólo el amor hace libres, aquel amor que para nosotros salesianos es caridad pastoral, que sabe ponerse en escucha de las necesidades de los hombres, y en particular de los jóvenes de hoy, que sabe ser paciente, creativo y dinámico.

Cuando se habla de caridad pastoral no nos referimos simplemente a un “hacer”: es un modo de ser que envuelve la existencia de una persona, es una participación en el amor mismo de Dios, un unirse a Él, un perderse en Él, donándose con total disponibilidad para la construcción de su Reino.
La “caridad pastoral” no se puede identificar con una tarea altruista, sacrificada, que hay que hacer: es más bien una modificación intrínseca de la propia existencia; un vivir totalmente en unión con Dios, hasta sentirse empapados y plenamente disponibles para obrar por Él. La actividad de la “caridad pastoral” no está separada o es posterior a su ser, sino que lo revela, lo acompaña. No viene “después”, sino que está “dentro”, y lo identifica en su dinamismo.
El participar en el amor de Dios, para nosotros salesianos se traduce, se expresa, en el don de nosotros mismo, en la pasión por los jóvenes y los pobres, hasta el sacrificio de sí mismos. 

3.- La tentación  “del salero”

No sé si habéis oído alguna vez hablar de este tipo de tentación, “La experiencia del salero” nos dice que la sal que está bien guardada dentro del salero no sirve para nada, porque en realidad está hecha para salir y dar sabor. Cerrada en el salero es inútil y no realiza el objetivo propio de su naturaleza.
También nosotros podemos olvidar que la nuestra es una espiritualidad apostólica, dinámica , que nos impele a “salir fuera”, que se caracteriza por una específica capacidad relacional, y caemos en la tentación de cerrarnos en nuestra vida privada.
Es fácil, entonces, oír expresiones como “No soy yo quien tiene que salvar el mundo.. He hecho ya bastante, que hagan los demás.... Es todo inútil, hoy la sociedad es diversa... los jóvenes de hoy son difíciles, rezaré por ellos...” Y, sin embargo, somos hijos de Don Bosco, que no se arredraba ante nada y no se dejaba paralizar por las dificultades y la fatiga. Hasta el último aliento será para mis jóvenes” (MB XVIII, 258) repetía.
Nosotros salesianos estamos llamados a salir de nosotros mismos para comprometernos por los últimos, para hacernos voz de los que no tienen voz, para ser amigos, hermanos, padres, madres de tantos jóvenes que esperan una palabra de esperanza, y todo esto con un estilo particular, con una capacidad de relación bien señalada.
Toda nuestra vida es y debe estar sostenida y animada por la caridad de Cristo, que se traduce en amabilidad, en amor manifestado, operativo, en amor fuerte, robusto, sostenido por la razón, atento a las personas, capaz de hacer crecer y dar esperanza, capaz de dar respuesta a las preguntas profundas de sentido, que abren a la búsqueda y a la  acogida del Señor de la vida. “Amabilidad” es la palabra clave que connota nuestra espiritualidad, nuestra vida  salesiana, que atrae y fascina a quien tenemos al lado, pero que, al mismo tiempo, exige superación de nuestro egoísmo, una gran apertura a las necesidades de los demás, una serenidad constante, aun en los momentos difíciles, una confianza en las personas que permite ver más allá de las apariencias, una alegría profunda que se siente visible incluso cuando el corazón llora, un dominio de nosotros mismos, un trabajo constante sobre los aspectos ásperos y chocantes de nuestro temperamento. Es un estilo que se hace ascesis.
Nosotros salesianos no vamos en busca de sacrificios y penitencias particulares, sino que acogemos con serenidad todas las dificultades, la incomprensiones, la fatigas que encontramos diariamente en nuestra vida y se las ofrecemos al Señor. Cuesta sonreír siempre, ser siempre acogedores, perdonar siempre y dar siempre el primer paso hacia el otro. Cuesta estar siempre disponibles, aun cuando tenemos gana de pensar en nosotros mismos y de cerrarnos en nuestros asuntos privados. Cuesta ser optimistas incluso cuando todo parece que se derrumba... “nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”, decía Domingo Savio, y detrás de esta frase no hay una simple y despreocupada alegría de niños, sino el lento y profundo trabajo de quien ha entregado la propia vida a Dios y halla su alegría en Él y en el compromiso por construir su Reino,. Así es  como uno se hace sal que da sabor al mundo.
4.- La tentación “del escritorio”
Otra tentación muy peligrosa es la de hacerse sedentarios por profesión o por elección, olvidando a los jóvenes reales que en torno a nosotros cada día se pierden, porque nadie va ya a buscarlos. La tentación de convertirse en representantes, en pasar de una reunión a otra, de reflexionar, reflexionar, reflexionar... perdiendo de vista a los muchachos.
La nuestra es una espiritualidad que es y se hace misión. La palabra misión sabemos que deriva del latín “missio”, envío, “missus” enviado. Es Dios quien nos manda. Él ha dado al mundo y a la Iglesia el carisma salesiano, del que ha brotado la espiritualidad salesiana que nos anima y nos caracteriza y nos pide ser signos de su amor entre los hombres. Quiere que sigamos los pasos de don Bosco: dar más a quien ha recibido menos de la vida
Es, pues, una espiritualidad que es en sí misma misión , porque el modo mismo de vivir la relación con Dios, con los otros, con el mundo, con la historia, se convierte en testimonio, se hace propuesta, anuncio para el mundo, para los jóvenes. Somos mandados, antes que nada, a “ser”.
Es una espiritualidad que se hace misión, porque nos empuja a obrar, a “verter” sobre quien nos está al lado, sobre tantos jóvenes, los dones del carisma de don Bosco; nos induce a dar la vida por ellos, a hacernos “buen pastor” para cuantos hoy corren el peligro de perderse, siguiendo a tantos “mercenarios”, que la sociedad actual ofrece abundantemente. 

Las urgencias hoy son tantas, basta mirar al rededor: descubriremos jóvenes que tienen necesidad de  ser escuchados, mujeres heridas por la vida, muchachos privados de puntos de referencia... Ninguno de nosotros, como salesiano, puede permanecer mano sobre mano o, peor todavía, rendirse, impotente, ante el mal. Don Bosco no lo habría hecho. Habría buscado caminos nuevos, habría inventado algo, habría implicado personas. No podemos olvidar, como dice nuestro Rector Mayor, que nosotros “hemos sido enviados a los jóvenes para anunciar la novedad de la vida que Cristo nos ofrece, para promoverla y para desarrollarla a través de una educación que libere a los jóvenes y a los pobres de toda forma de opresión y marginación. Tales situaciones de marginación les  impiden buscar la verdad, abrirse a la esperanza, vivir con sentido y alegría, construir la propia libertad”

Hoy don Bosco vive en cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros es don Bosco vivo,. Levantémonos, pues, si es que estamos cansados y desanimados, si nos hemos acomodado, sentimos que nos viene a menos el deseo de luchar por un mundo mejor. Revivamos la creatividad de don Bosco, hallemos caminos nuevos, lenguajes nuevos para llegar al corazón de los muchachos, unámonos entre nosotros, volvamos a sentir dentro el ansia por la salvación de los jóvenes, la pasión que fue de nuestro Padre. Volvamos a descubrir la alegría de ser lo que somos,

5.- La tentación “de la peonza”
Otra tentación en la que fácilmente podemos caer es la de la peonza: multiplicar las actividades sin ningún orden entre ellas, buscar el éxito inmediato, sobreponer una iniciativa a otra, girar sobre nosotros mismos, olvidándonos de Aquel que nos ha enviado, de Aquel que nos pide donar la vida.
El activismo fin de sí mismo, que vacía nuestro trabajo y corre el peligro de vaciarnos a nosotros mismos como personas, como cristianos, como apóstoles.
Los jóvenes buscan, tienen necesidad no de manager, sino de testimonios creíbles que sepan ofrecer valores por los que valga la pena donar la vida; tienen necesidad de alguien que sepa trasparentar a Dios, y esto puede hacerlo sólo quien está empapado de Dios, quien está enamorado de Dios, que lo respira cada día, nutriéndose de su Palabra.

6. La tentación “de la torre del castillo”

Es verdad: no hay nada más fácil que encerrarse en el interior del propio Grupo, como en una fortaleza medieval, difícil de asaltar. Cada uno tiene su programación, sus actividades y así se camina como sobre líneas paralelas.
Es importante comprender que la primera y principal obra apostólica que hay que realizar es la comunión entre los diversos Grupos de la Familia. Dispersar las fuerzas apostólicas y encerrarse en el individualismo, además de disminuir la eficacia apostólica, reduce el testimonio evangélico.
Un ramo, por sí solo, fácilmente se rompe, pero un haz de ramos unidos difícilmente se podrá romper.
En el Reglamento de los Salesianos Cooperadores don Bosco escribió “En todo tiempo se juzgó necesaria la unión entre los buenos para ayudarse mutuamente en hacer el bien y mantener lejos el mal. Si una cuerdecilla sola fácilmente se rompe, es muy difícil romper tres unidas. Las fuerzas débiles, unidas, se convierten en fuertes “vis unita fortior, funiculus triplex difficile rumpitur”
En una carta a Juan Cagliero (27, abril, 1976) él mismo escribían”antes podía bastar unirse en la oración, pero hoy que hay tantos medios de perversión, sobre todo en daño de la juventud de ambos sexo, es menester unirse en el campo de la acción y del obrar”
Y también en el Boletín Salesiano de enero de 1878, dirigiéndose a los cooperadores “Es necesario unirnos entre nosotros y todos con la Congregación. Unámonos, pues, mirando al mismo fin y usando los mismos medios para conseguirlo. Unámonos, pues, como una sola familia con los vínculos de la fraterna caridad”

Recomendaciones de  grandísima actualidad.
La misma caridad pastoral que nos “unifica” interiormente, haciéndonos ser contemplativos en la acción, es fuente de aquella energía sobrenatural e íntima que nos aúna, que nos imprime una fisonomía propia, que nos alimenta, que nos da entusiasmo, que nos une en comunión en una única familia, que nos hace realizar la gracia de unidad de la comunión (cfr. ACS n. 304).
Es importante comprender que para ser fieles al carisma de don Bosco no basta realizar la gracia de unidad entre interioridad y misión, es necesario vivir la “gracia de unidad” entre los varios componentes de la Familia Salesiana, que con modalidades diversas viven el mismo don del Espíritu. Sólo así actuaremos el plan de don Bosco, de un única familia con expresiones vocacionales diversas: “Vis unita fortior”. Ningún grupo ha sido nunca concebido por él, ni nunca ha existido separadamente, sino siempre dentro de una perspectiva unitaria, muy fuerte y muy rica como para implicar la distinción entre los grupos” /art. 3 Carta de Comunión)
Es fundamental, pues, que cada uno de nosotros, que cada Grupo nuestro, aprenda a reconocerse como parte de un todo, como parte de un grande movimiento salesiano y que comprenda que caminando y obrando en sinergia con los otros nos enriquecemos todos y se pueden obtener mejores resultados; es importante  que cada uno aprende a reconocer las riqueza de los carismas de los otros, que se comprometa a hacer crecer los otros Grupos y a construir una comunión  hecha de respeto a la especificidad de cada uno, de colaboración, de aprecio de lo que son y hacen los otros.

7. La tentación “del haz por ti mismo”

Para crecer en la comunión debemos aprender a pensar juntos, a proyectar juntos, a saber leer la realidad que nos rodea, a vencer el miedo de la confrontación, a sabernos organizar en proyectos compartidos.
Es fácil, sin embargo, caer víctimas de la tentación de “haz por tí mismo”. Sucede entonces que estamos prestos a decir “Que bello es ser Familia Salesiana”...estamos todos dispuestos a encontrarnos en ocasiones de fiestas, de reuniones oficiales, pero resulta difícil encontrarnos para proyectar juntos, para intervenir juntos
Cada grupo tiene ciertamente su especificidad, su caracterización que no agota por sí sola el carisma , pero pone revela en él aspectos nuevos y originales. Nadie puede decirse “propietario” del carisma, sino simplemente guardián
La energía unificadora del “carisma de don Bosco” ha hecho brotar una original Familia espiritual, articulada y variada, que puede ser más incisiva si trabaja uniendo las fuerzas de los diversos Grupos.
Cada uno tiene su temperamento, sus dotes, su ámbito, su caracterización, pero cada grupo puede decir del otro “sin vosotros no somos ya nosotros”
La falta de una parte que podría parecernos no “indispensable” nos daría un cuerpo “mutilado”. El cuerpo no es la cabeza con la añadidura de las otras partes, es un conjunto, una unidad.

Debemos aprender a pensar la Familia Salesiana no como una suma de grupos que se agregan entre si, que se “añaden”, sino como una única realidad de múltiples expresiones, que corresponsablemente  viven un carisma y realizan una misma misión. Esta es nuestra fidelidad carismática vivida tras las hormas de don Bosco.
Aquí y allá en el mundo se registran experiencias de actividades y formaciones realizadas juntos: ejercicios espirituales, campos escuela, retiros, escuela de animadores, escuela de oración, jornadas de reflexión, encuentros, itinerarios vocacionales.... En algunos lugares se trabaja juntos en la escuela, en los oratorios.

Hay que precisar, si fuera todavía necesario, que “trabajar juntos” no siempre quiere decir trabajar “codo con codo”, no quiere decir tener uniformidad de intervención, no quiere decir hacer todos la misma cosa, sino saber leer juntos los contextos personales y sociales de los jóvenes, saber hallar estrategias posibles de intervención para alcanzar objetivos compartidos, saberse coordinar, en sinergia, en la reciprocidad, en la responsabilidad común y de cada uno; significa construir juntos una cultura de la Familia Salesiana.
Cada uno de nosotros, por tanto, cada Grupo de la Familia Salesiana, debe armonizar la propia intervención en el conjunto del proyecto: cada uno con el propio papel, cada uno con lo que le es específicamente propio, cada uno con la propia competencia, cada uno con el propio ámbito.
La comunión apostólica debe ser entendida como refuerzo y valoración de la originalidad de cada uno. Los grupos no son idénticos, pero precisamente la diversidad enriquece la Familia. Es importante, sin embargo, trabajar en red para ser eficaces.

El carisma salesiano es muy rico y se expresa, se manifiesta, en la especificidad de las diversas realidades de la Familia. Los jóvenes tienen el derecho de poder usufructuar de un servicio específico por parte de cada Grupo. Intervenciones variadas, pero con objetivos comunes y coordinados, pueden alcanzar resultados mejores.

De aquí brota la urgencia de hacer nacer, allí donde todavía no existen, o de revitalizar, donde ya actúan, aquellos organismos territoriales que permiten una válida coordinación de las fuerzas salesianas: las Consultas de Familia Salesiana, sea a nivel Inspectorial, sea a nivel local, los varios equipos y comisiones de trabajo.
Cada Grupo, además, en la propia programación, debería prever la posibilidad y la modalidad concreta de colaboración y de corresponsabilidad entre dos o más Grupos o entre los Grupos que actúan en el mismo territorio.
No se trata, sin embargo, simplemente de hallar los modos en los que poder colaborar entre las diversas realidades de la Familia Salesiana, buscando cuadrar el círculo, advirtiendo, quizás alguna vez (no quiero ser mala) la incomodidad de... “familia demasiado numerosa”, por lo que uno se pregunta “quiénes serán estos últimos  que han llegado?”, sino de pensarnos como una rica, única familia, que va descubriendo cada vez más y mejor, con “admirado estupor”, el nacer de “nuevos retoños” en la robusta planta del carisma.
 “JUNTOS” debe ser nuestra palabra de orden:
Juntos queremos sentir la preocupación educativa por tantos jóvenes que no hallan puntos de referencia.
Juntos queremos vivir el sistema preventivo, si bien en la especificidad de las diversas vocaciones
Juntos queremos crecer en transformar en vida el espíritu salesiano, asumiendo cada vez más el estilo de don Bosco.
Juntos podemos buscar las respuestas a la instancias del mundo de hoy
Juntos podemos tomar conciencia de formar parte de un gran movimiento querido por don Bosco
Juntos, trabajando en mangas de camisa, como quería don Bosco, con creatividad, sacrificio, alegría, podremos recorrer el camino de santidad que el Señor ha querido para nosotros.
Solo así seremos fieles a aquello para lo que hemos sido llamados.

Nuestra espiritualidad es fuertemente mariana.
Muchos Grupos de nuestra Familia Salesiana hacen referencia a María en su mismo nombre. Todos la miramos como modelo con la ternura de la Madre, como a aquella “QUE LO HA HECHO TODO”  y que continúa siendo para nosotros Maestra de servicio y de disponibilidad.

A Ella non dirigimos para pedirle
Madre de nuestra vocación salesiana
Tu que fuiste punto de unión y signo de comunión entre los primeros discípulos, cuando la desanimación y la dispersión reinaban entre ellos, ayúdanos a renovar la alegría de nuestro sí y a comprometernos, unidos, a ser portadores de esperanza,
                        Tú que llevaste dentro de ti al Señor de la Historia ayúdanos a hacer crecer la pasión por Dios y por el mundo;
                        Tú que fuiste de prisa a encontrar a tu prima Isabel, ayúdanos a tener un corazón abierto y unos pies solícitos para buscar a los jóvenes
Tú que desde aquel sueño acompañaste al pequeño Juan y lo transformaste en Padre y Maestro , ayúdanos a ser fecundos, intrépidos, creativos, alegres, dispuestos a dar la vida hasta el último aliento.
Roma 24 de enero del 209

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