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“COMO UN GRANO DE MOSTAZA”
LA FAMILIA SALESIANA, SIMIENTE SEMBRADA POR DON BOSCO
Una relectura ‘salesiana’ de Mt 13,31-32

“Después de los Aguinaldos tan estimulantes y comprometedores de los tres últimos años, heme aquí para proponeros otro aún más urgente, exigente y prometedor. Es un Aguinaldo que tiene mucho que ver con nuestra identidad y con nuestra misión. De él depende, efectivamente, una presencia más visible en la Iglesia y en la sociedad y una acción más eficaz para afrontar los grandes desafíos del mundo de hoy”. El tema del Aguinaldo de este año nos invita a descubrir el proyecto original de don Bosco, fundador una familia apostólica para la salvación de la juventud. “Partiendo de la parábola empleada por Jesús para ex¬plicar el Reino de los cielos y su dinamismo”, il Rector Mayor se ha atrevido “a decir que la semilla sembrada por Don Bosco ha crecido hasta convertirse en un árbol frondoso y robusto, verdadero don de Dios a la Iglesia y al mundo. En efecto, la Familia Salesiana ha vivido una auténtica prima¬vera. A los grupos originarios se han unido, bajo el impulso del Espí¬ritu Santo, otros grupos que, con vocaciones específicas, han enrique¬cido la comunión y ampliado la misión salesiana”. Pues bien, considerar el grano de mostaza come la imagen evangélica de la Familia Salesiana es, ciertamente, una propuesta audaz y, al tiempo, alentadora. Ha sido el mismo Jesús quien se fijó en la semejanza que existe entre la mostaza y el reino de los cielos, su auténtica – única en realidad – pasión. Identificando en el grano de mostaza el icono bíblico de la Familia Salesiana, don Chávez ha imaginado – y aquí está, diría yo, su atrevimiento – la Familia Salesiana como una realización histórica del reino de Dios, de la causa que más le interesó a Jesús de Nazaret, el motivo de su vida y la razón de su muerte. Importa, pues, entender lo que quiso decir Jesús cuando paragonó el reino de Dios con la simiente de la mostaza, para ser capaces de intuir qué podrá significar hoy para nosotros haber sido esa semilla inicial que se hace árbol, y ese árbol que llegó a ser bosque. En el comentario al Aguinaldo el Rector Mayor no ha explicado la parábola de la mostaza ni da a conocer siquiera el motivo de la elección; no ha hecho más que utilizarla como icono bíblico, es decir como imagen visual, de la Familia Salesiana. La ausencia de pistas precisas, de alusiones incluso, del magisterio nos deja – es cierto – más libertad para intentar una relectura salesiana de la parábola, pero la hace también menos segura. 1. “Les habló de muchas cosas en parábolas” (13,3) La parábola del grano de mostaza nos ha llegado inserta en un gran discurso de Jesús, el tercero de los cinco que Mateo transmite en su evangelio. Mt 13 se presenta como una unidad literaria bien definida (13,1.53a): después de los dos capítulos en los que ha relatado la contestación y el conflicto emergente entre Jesús y el judaísmo de su tiempo, y antes de que se consume la ruptura, iniciado en el doloroso rechazo que sufre “en su pueblo y su propia casa” (13,53b-58), el evangelista ha reunido en un solo discurso parábolas diversas, siete (cfr. Mc 4,1-34) , que tienen todas un único tema, el reino de los cielos.  Quién habla: un evangelizador experimentado Mientras recorría Galilea, Jesús si había presentado como Mesías/Cristo, por sus palabras (5-7) y sus obras (8-11). Su labor evangelizadora había recogido asentimiento sincero entre la gente y suscitado una creciente oposición entre la clase dirigente. Hasta ahora había hablado sólo con semejanzas e imágenes; por vez primera hace un discurso en parábolas (13,3.10.13.18.24.31.33.34.36.53). El evangelista ha considera tan significativo este discurso que lo ha situado en la mitad de su evangelio; esta colocación es indicio de la importancia que le otorga para entender a Jesús, el misterio de su persona y la suerte de su ministerio. La intención del relator es clara: el anuncio del reino de los cielos, que ocupaba a Jesús desde cuando, abandonada Nazaret, encontró hospitalidad en Cafarnaún, a la ribera del mar (4,13), provocó entre sus oyentes fe y entusiasmo tanto como incredulidad y resistencia. De esta experiencia personal surgieron las parábolas del reino, recogidas en Mt 13; en ellas – es el primer grado de significado, el más original - Jesús reflexiona sobre su propia vivencia como evangelizador y expone las razones sobre el desigual éxito; de su predicación; Mateo, unos cincuenta años después – y es el segundo nivel –, consuela a su comunidad que corre el riesgo de sucumbir al desaliento dada la escasa acogida que está cosechando su predicación. Emerge del discurso, pues, la figura de un Jesús consciente de su fracaso personal como predicador del evangelio, un Jesús que busca un motivo para explicarse – y para explicarnos – por qué su apostolado no está cosechando los frutos deseados; y la razón que da a sus discípulos hace aún más incomprensible la ausencia de resultados: habla en parábolas, dice, “porque aunque miran no ven, y aunque oyen no escuchan ni entienden” (13,13). Espera una decisión de cuantos le escuchan, siempre la misma (4,14: “convertíos), que, cuando se da, lleva a la comprensión del misterio, cuando se da y si falta, aumenta el endurecimiento del corazón (13,14-15); así “al que tiene se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun aquello que tiene se le quitará” (13,12).  De qué habla: un reino de Dio por llegar El discurso de las parábolas es un pequeño tratado sobre el reino de los cielos (13,24.31.33.44.45.47.52). Todas las parábolas – las siete – tienen como tema el crecimiento imparable del reino de Dios; dos son explicadas por el mismo Jesús, un hecho no muy común en la tradición evangélica, pero que resulta comprensible aquí: Jesús se justifica, dos veces (13,10-17.34-35), por hablar a la gente en parábolas sobre la naturaleza del reino de los cielos. Del modo como están colocadas en discurso emerge ya una cierta lógica, en la que se puede entrever las convicciones del narrador. Basándose en su experiencia como predicador, Jesús, “como un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (13,52), muestra cuál sea la esencia de la evangelización, la fuerza irresistible de su crecimiento continuo y sus inevitables consecuencias. La primera parábola, la del sembrador (13,3b-9), concede, sin delatar asombro, que las reacciones a la predicación del evangelio son diversas y dice también el por qué: la simiente no siempre encuentra terreno bueno ni la mejor acogida (13,18-23). La segunda, la de la cizaña (13,24-30), advierte que el predicador del evangelio no es el único a sembrar en el campo – el enemigo puede estar sembrando cizaña mientras los demás los siervos buenos duermen (13,25) – y establece que será en cosecha próxima cuando se separe mal de bien y se pidan responsabilidades; mientras tanto, bien y mal deberán convivir sin que desesperen los hijos del reino. La tercera parábola, la del grano de mostaza (13,31-32), y la cuarta, la de la levadura (13,33), se presentan combinadas y revelan una ley fundamental de la evangelización, su extraordinaria e imparable fuerza expansiva. El centro de la narración pasa del hecho de evangelizar a la esencia de la evangelización. La quinta, la del tesoro (13,44) y la sexta, la de la perla (13,45-46), también gemelas, ponen de relieve la alegría que produce un inesperado encuentro con el reino, una alegría tal que capacita para rehusar todo lo que no sea el reino reencontrado. La séptima parábola, la de la red (13,47-50), concluye el discurso recordando que los buenos deberán convivir con los malos hasta el fin del mundo, cuando llegue inevitable la definitiva rendición de cuentas.  A quién habla: un público dividido por su (in)capacidad de entender El público que escucha Jesús se diversifica en dos grupos, lo mismo que en el discurso del monte: una muchedumbre, junto al mar (13,3.10.13.24.31.33.34) y los discípulos, en casa (13,36.51). Jesús habla a la gente, a cielo abierto (13,1-35) pero solo en parábolas (Mt 13,1-3a.10b.13a.34); a los discípulos, en cambio, les añade una explicación precisa (13,10a.18.36), en casa (13,36-52): la gente – con un “ellos” la llama Jesús, sin esconder cierto alejamiento (13,11.13) – escucha la parábola sobre el reino; a los discípulos – como a “vosotros” se les dirige Jesús (13,11.18.19) – se les ha dado a conocer los misterios del reino (13,11.19.23.51). Resulta significativo que sean los discípulos, sorprendidos por el hecho de que Jesús hablase a la gente solo en parábolas (13,34), quienes le interroguen: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?” (13,10). La respuesta de Jesús no puede ser más chocante: “Porque a vosotros Dios os ha dado a conocer los misterios del reino, pero a ellos no…; por eso les hablo por medio de parábolas, porque aunque miran no ven, y aunque oyen no escuchan ni entienden” (13,11.13). Y cuando añade a continuación, para sostener su postura, resulta aún más desconcertante: semejante modo de hacer – comenta Jesús – cumple la Escritura, que cita: ‘Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis, porque se ha embotado el corazón de este pueblo, se han vuelto torpes sus oídos, y se han cerrado sus ojos, de modo que sus ojos no ven, sus oídos no oyen, su corazón no entiende, y no se convierten a mi para que yo los sane” (Is 6,9-10). Quien no logre revivir en Jesús los secretos del reino de los cielos aumenta la ceguera frente a Dios. El acceso al reino, o la exclusión de él, se deciden en la acogida, o en el rechazo de Jesús y de su enseñanza. Frente a Jesús no cabe ni la neutralidad ni la indiferencia, pues lo que está en juego es Dios y su reino. Es una grave advertencia, pero también una gran oportunidad: hacerse discípulo de Jesús tiene como consecuencia conocer y comprender los secretos del reino. Pero – y ello es aún menos aceptable – “conocer los misterios del reino” es concesión gratuita hecha por Dios a los seguidores de Jesús: “a vosotros, se os ha dado, a ellos, en cambio no” (13,11). Cuando Jesús acabe el discurso, los discípulos podrán responder a su pregunta: “¿Habéis entendido todo esto?” (13,51): conocerán las cosas referentes al reino, aunque hayan sido proclamadas de forma velada, en parábolas, porque, siendo compañeros de Jesús, se les concedió gratuitamente. Por haber convivido con el Maestro, podrán escuchar sus explicaciones, pero las entenderán sólo porque se les ha dado esa gracia. El discurso de Mt 13 es, pues, una urgente, aunque sea implícita, invitación a vivir con Jesús y hacerse así, escuchándole en público y en privado, sus discípulos.  Cómo habla: con un lenguaje ‘oscuro’ Introduciendo el discurso, Mateo anota que Jesús “habló de muchas cosas en parábolas” (13,3). La parábola, el relato de una anécdota, una alegoría contada, una semejanza narrada, no fue un modo de instruir inventado por Jesús, pero lo usó de forma preferente, tanto como para llegar a caracterizar su enseñanza. Es más, según le hace decir Mateo, es el modo como Dios quiere que se expliquen sus misterios, es decir, los misterios del reino (13,10-17.34-35, cfr. Is 6.9-10; Sal 78,2). La parábola, en realidad, narra un hecho de la naturaleza, un suceso de la vida ordinaria, presentándolo como algo que requiere la atención del que escucha por su viveza y originalidad y que lo lleva a preguntarse por su significado y lo provoca a tomar partido. La parábola toma la vida cuotidiana como signo de Dios; una experiencia de vida, comprobada y compartida, se convierte en manifestación de Dios: Dios se comporta con los suyos como la vida misma. Pero una parábola no refleja la vida como es, por más que se presente como hecho de vida, dice más, apunta a cómo debería ser. Si llama la atención de quien la escucha no es para hacerle saber más, sino para pedir un cambio de conducta. La parábolas que Jesús cuenta, más que semejanzas extraídas de la vida ordinaria para ilustrar una enseñanza genérica – serían entonces proverbios -, son verdaderos relatos, en cuyos elementos y en cuya composición se transmite el modo de pensar de Jesús, sus convicciones más firmes e íntimas, su visión personal del mundo y, en especial, su fe personal en Dios. En concreto, el discurso de las parábolas de Mt 13 quiere dar razón y superar una situación muy dolorosa para los creyentes venidos del judaísmo, en primer lugar, para el mismo Jesús, luego, también, para los cristianos de la comunidad del evangelista (cfr. Rm 9-11): no todo Israel ha aceptado Jesús, ni como predicador del reino de los cielos, durante su ministerio público, ni como Señor y Mesías, después de la resurrección. El misterio – este misterio – busca aún hoy respuesta. El Jesús de Mateo intenta una explicación, en parábolas para todos, con una ulterior y más clara instrucción solo a sus discípulos. 2. “… como un grano de mostaza” (13,31) Un buen día, ‘el día de las parábolas’ (13,1), Jesús, saliendo de casa (12,46-50), se fue a sentar junto al mar. Allí, preparado para enseñar (5,1: en el monte), concentró la atención de una muchedumbre tan grande que tuvo que salir a una barca con sus discípulos (13,10). La primera parte del discurso, dirigida a la gente, acabó precisamente con dos breves parábolas (13.34): 31Les propuso otra parábola: ‘El reino de los cielos se asemeja al un grano de mostaza, que un hombre toma y siembra en su campo. 32Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace como un árbol, hasta el punto de que las aves del cielo pueden anidar en sus ramas’. 33Les dijo otra parábola: ‘El reino de los cielos se asemeja a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.’ 34Jesús expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les de día sin utilizar parábolas, 35para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Hablaré por medio de parábolas, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Mateo ha presentado la parábola de la mostaza , que repite el tema de la siembra como figura del reino (13,3.24), en paralelo estrecho con la parábola de la levadura; la formulación es simétrica, y tienen una evidente afinidad de vocabulario; unidas por la composición narrativa, han de ser interpretadas juntas. Narran dos acciones diversas, que describen la ocupación normal ocupación de un hombre, en el campo, y de una mujer, en su casa, de Galilea; ambas se centran en el crecimiento de algo que, en principio, permanece oculto, siendo ese crecimiento signo del reino de los cielos; el agricultor y la mujer de casa no son las figuras del reino, lo son sus acciones. La segunda parábola, la de la levadura, es más breve; no hace alusión a ningún texto bíblico y le falta la descripción que pone en evidencia el contraste entre la pequeñez de los inicios y la grandeza de los resultados, aunque, si bien de modo implícito, está queda aludida la contraposición entre una pequeña cantidad de levadura y la enorme masa de pan fermentada. Ambas parábolas ven a sus protagonistas, hombre y mujer respectivamente, realizando actividades típicas de la vida diaria: la siembra y la preparación del pan. Ambas actividades, domesticas y normales, están al servicio de la vida y de la familia. No parece gratuita la selección de las dos imágenes. La mostaza, sinapis nigra, es una planta herbácea, no un verdadero árbol; se siembra, ordinariamente, en un huerto (Lc 18,19), no en un campo de cultivo. Es una exageración decir que su semilla, que podría llegar a tener 1 mm. de largo, sea la simiente más pequeña posible; la expresión, con todo, llegó a ser proverbial (en Mt 17,20 aparecerá de nuevo para simbolizar el poder de la fe que mueve montañas). Es hiperbólico, asimismo, afirmar que puede llegar a ser una planta, la más grande de entre todas las hortalizas (13,22); se quiere resaltar de este como cómo de una mínima semilla pueda surgir una planta que alcance, en una única estación, la altura de 3 ó 4 m., tanta como para ofrecer cobijo a los pájaros, un detalle algo insólito que, además de confirmar la grandeza que alcanza la planta, deja ver la idea de un desarrollo sorprendente que la capacita para hospedar los pájaros del cielo. La parábola no expresa (13,19), aunque la suponga, la expectativa de Israel, vivamente sentida, de llegar a ser un día un gran reino y casa de gentiles (Ez 17,23.31; Dn 4,9.18). La imagen de levadura no olvida el contraste entre una cantidad escasa de fermento y la gran masa fermentada; y añade una connotación importante: es oculta en la masa que la levadura la fermente y transforma, la engrandece y la hace crecer; la levadura es eficaz lenta y progresivamente, solo si se esconde y se mezcla. Tres medidas de harina (Gn 18,6) corresponderían a algo más de 20 kgr. de harina, una cantidad suficiente de pan como para dar de comer a más de 100 personas, algo excesivo para el trabajo de una sola persona. Elegir la levadura como imagen del reino es algo extraño, aunque se dé por descontado aquí que la levadura actúa como fuerza positiva (Mt 16,6; 1 Cor 5,6-8; Gal 5,9). Ordinariamente, la levadura era vista como algo necesario, pero impuro, pues era causa de corrupción: de ahí que sólo pan ácimo podía ser utilizado en el tempo, y durante la semana pascual sólo se podía consumir en las casas pan sin levadura (Mc 8,15). La imagen de la levadura privilegia aquí la idea de ocultamiento: a la gente Jesús hablaba en parábolas sobre el reino (13,10), velando sus misterios (13,13: “para que oyendo no escuchen y no comprendan”) y lo paragonó a una semilla enterrada (13,31), a levadura mezclada (13,33), a un tesoro escondido (13,44). Invisible, el reino de Dios se impone y transforma el mundo: quien espera algo espectacular y clamoroso, quedará desengañado; Dios acostumbra a trabajar como la levadura, fermentando desde dentro, sin pausa ni descanso (Jn 5,17). Las dos parábolas gemelas hablan de la naturaleza verdadera del reino de los cielos, de su forma concreta de realizarse. No afrontan el problema específico de las diversas reacciones que conoce la predicación de Jesús, algo que trató ya la parábola del sembrador; desvelan, más bien, el modo cómo Dios reina: lo que sucede con la semilla de mostaza y con una pequeña cantidad de levadura, sucede con el reino de Dios: es así como Dios se convierte en rey. La pequeñez, la invisibilidad, la irrelevancia de los inicios pueden alimentar desconfianza y dudas sobre el vigor actual y sobre los resultados futuros. Pero el extraordinario éxito final que se ha de esperar hace incomprensible que se le rechace. La doble parábola quiere dar confianza a quien ha aceptado el evangelio y, al mismo tiempo, advertir a quien lo está rechazando. Precisamente por ello, el narrado ha puesto el acento en el contraste entre insignificancia inicial y magnificencia final. Se menciona el crecimiento sólo de forma incidental (13,32). La parábola de la mostaza se inspira en Ez 17,23, donde el profeta habla de un ramo cortado, Israel, que llega a convertirse en imponente cedro; y también en Dn 4,9-18, que narra que, en sueños, Nabucodonor vio un gran árbol, en el cual, los pájaros del cielo, los pueblos de la tierras, encontrarían cobijo (cfr. Sal 104,12; Ez 31,6). En ambos casos, todas las naciones de la tierra encontrarán protección y un hogar, la sobrevivencia y una tierra, en un reino futuro. La perspectiva de la imagen apunta no a cuantos se acogen bajo el árbol, sino a la capacidad de éste de acoger a todos. En las parábolas emerge una certeza de fe: en los inicios, modestísimos, del ministerio de Jesús, mucho más humildes que los de otros reformadores de Israel, se puede ya reconocer, entreviéndola, la grandeza final. Hay otro elemento que destacar en las dos parábolas: aunque sea evidente la voluntad de contrastar entre el principio insignificante y un final esplendoroso, queda sobrentendido que todo se realiza en un proceso que no es rápido, ni siempre visible; el crecimiento, la fermentación, requieren largo tiempo, en el cual no se dejan apreciar; para que la simiente llegue a ser planta, y la levadura pan, hace falta un prolongado período de tiempo que pasa, normalmente, desapercibido. Las dos parábolas tienen, pues, un punto central: el contraste obvio entre unos inicios irrelevantes en el presente y un resultado excepcionalmente vigoroso en un futuro pone en evidencia la objetiva contraposición entre la experimentada escasa eficacia de la misión de Jesús, y de los primeros cristianos después de él, y la segura y viva esperanza del reino de Dios que ha de venir. Las palabras de Jesús tuvieron que dejar atónitos, conmocionados incluso, a sus primeros oyentes: un gran árbol (Ez 17,2-10.2-24; 3,3-18; Dn 4,7-12.17-23) y no una semilla imperceptible, hubiera sido la imagen más apropiada para describir el reino de Dios, ese reino que se esperaba realizase la victoria definitiva de Dios sobre los enemigos de Israel. El reino de Dios, según Jesús, no casa bien con los deseos de quienes lo esperan ni de las expectativas que se imaginan; más significativo aún, ese reino está ya aquí, sí, aún en sus inicios, pero ya presente y activo a pesar de la irrelevante, y aparentemente ineficaz, evangelización de Jesús, y de los primeros predicadores cristianos. Ni la semilla, ni la levadura son signos fehacientes del reino, sino lo que sucede con ellos: el crecimiento, la fermentación, velados pero incontenibles, constituyen la analogía del modo de obrar de Dios. Mientras el inicio es el tiempo del anuncio (sea Jesús, sea la comunidad cristiana quien lo lleve adelante), el resultado es el reino de Dios. En la semilla, y en la levadura, esta ya la fuerza que transforma de modo invisible pero eficaz: el reino de Dios è fruto de la predicación del evangelio; un final esplendoroso que va más allá de cualquier imaginación y expectativa, está ya presente en los inicios. Las palabras de Jesús son, pues, una insistente invitación a no ver el presente de la evangelización sólo con angustia el presente, sino a entrever ya en lo que acontece hoy la fuerza imparable de la presencia divina: las parábolas no explican sólo la oposición entre lo que hay, una minúscula y oculta semilla, y lo que sucederá, algo insólitamente grande y beneficioso, sea un árbol o un pan; afirman también que lo que un día será, está ya dando vida, por más escondido y pequeño que sea. El reinado de Dios es insignificante hoy, si se lo considera en sus inicios, sea durante la actuación de Jesús, sea en la predicación de la comunidad cristiana. Pero quien siembre – Jesús o la Iglesia – vive con la esperanza de realizar las promesas de Dios, testimoniadas en la Escritura. El evangelista entrevé los inicios del cumplimiento en la acogida del evangelio por parte de los paganos (8,11; 28,19); sea en boca de Jesús, sea en la predicación apostólica, las parábolas son – y así han de ser entendidas – una profesión de esperanza; esperar un brillante final robustece la paciencia que hay que mantener en el presente. Aunque nada de aprecie aún, desde que Jesús ha venido a predicar, el campo ya tiene en su seno escondida la semilla, y la vida, y la masa de harina, el fermento. Dios, por más que no se lo vea o se lo vea apenas, está ya trabajando, dando vida; que su reinado haya iniciado, no exige, más bien lo contrario, que sea visible. 3. … la semilla sembrada por don Bosco “¿Habéis entendido estas cosas?” (13,51) preguntó Jesús a sus discípulos al acabar el discurso. Y ellos, sin pensárselo mucho, respondieron que sí. Aunque me desearía yo también que esa fuera vuestra respuesta, no me atrevo a hacérosla por si acaso. La parábola de la mostaza transmite una instrucción de Jesús sobre el reino y su experiencia de predicador, su convicción de que Dios estaba presente en los inicios, sin resultados apabullantes, de su predicación, la certeza, que como predicador tenía, de la potencia extraordinaria del evangelio que predicaba. Jesús hablaba a todos: “a vosotros se os ha dado a conocer, a otros no” (13:11). ¿Entre quiénes nos situaremos nosotros? ¿Qué debemos sacar en limpio nosotros, miembros de la Familia Salesiana, de esa parábola elegida por el Rector Mayor como santo y seña de la familia de don Bosco? ¿Qué nos será concedido entender en la parábola del grano de mostaza? Ninguna parábola dice todo cuanto se podría decir y menos aún cuanto se esperaría escuchar. La parábola de la mostaza, como la de la levadura, no habla sobre la familia ni, mucho menos, sobre la familia salesiana, habla del reino de Dios, de su tranquila y sorprendente energía de vida, de su invisible pero creciente eficacia. El reino de Dios acontece como fuerza oculta y produce efectos desiguales, que viven con gratitud quienes logran acogerlo y que han de recibir como amenaza quienes no consiguen entenderlo. Encontrar una semejanza entre el maravilloso crecimiento de la semilla de mostaza con la sorprendente multiplicación que ha conocido la Familia salesiana nos permite, en mi opinión, ver la familia salesiana como  la realización ‘salesiana’ del reino de Dios Vivir la propia fe personal y una vocación común es para nosotros el modo carismático – el camino ‘salesiano’ diría – de hacer el ‘reino de Dios’. No hemos sido llamados como salesianos sino a construir en la tierra de los jóvenes el reino de los cielos: nuestra misión es la de Jesús, no servir a nuestros propios designios sino hacer realidad el proyecto de Dios. “San Juan Bosco soñó una misión juvenil y popular de múltiples dimensiones, y juntó en un vasto movimiento las fuerzas de quienes compartían su proyecto educativo y salvífico. La prodigiosa fecundidad de la Familia salesiana, significativo fenómeno de la vitalidad de la Iglesia, da testimonio de ello”. “La conciencia de parentesco espiritual y de una corresponsabilidad apostólica ha producido relaciones de intercambio fraternos entre los grupos y una presencia original de los mismos en la Iglesia con la juventud particularmente necesitada”: los numerosos grupos que forman hoy la Familia salesiana “constituyen un solo organismo vital” y “hacen más eficaz su testimonio y más convincente el anuncio del Evangelio, la penetración del espíritu de las bienaventuranzas en el mundo y el amor educativo a los más necesitados”. El salesiano, sea consagrado o no, hace presente el reino de Dios si, y siempre que, haga nacer y ayude a crecer la Familia salesiana; más aún, diría que, en cuanto salesiano, no tiene otro modo de hacer realidad entre los jóvenes el reino de Dios.  que se realiza en la evangelización de la juventud La parábola de la mostaza narra cómo crece el reino de Dios, una vez sembrado el evangelio. El Rector Mayor ha identificado en la parábola el crecimiento asombroso de la Familia salesiana. Pero para que reino de Dios y Familia de don Bosco crezcan, deben ser, primero, sembrados. Puesto que solo si plantada, la semilla se desarrolla sin interrupción, de modo a veces imperceptible pero siempre eficaz. El mérito no es de quien siembra, haya sido Jesús en persona, su iglesia o la Familia salesiana; la fuerza expansiva vive latente en la semilla, el evangelio, que lleva en si una energía vital, cuya fuerza reproductora acaba por imponerse siempre. El crecimiento de la simiente, la vitalidad de su energía oculta, puede resultar inexplicable, pero es un hecho evidente: se siembra un pequeño grano, se recogerán en el árbol que surja todos los pájaros del cielo. “Toda la obra de san Juan Bosco nació de una simple catequesis; la evangelización y el trabajo catequístico, que son su ámbito y profundización, serán siempre para la Familia salesiana una dimensión fundamental”. Si la Familia salesiana hace propio “el quehacer de la Iglesia contemporánea, la nueva evangelización, no habrá hecho otra cosa que retornar a sus orígenes permaneciendo fiel a la “riqueza profética de don Bosco” (CM 4). Con todo, para lograrlo deberá, como Jesús, como don Bosco, confiar en la fuerza extraordinaria del evangelio más que en sus proprios recursos y habilidades, esperar más en las promesas de Dios que en las expectativas de los jóvenes. Un elemento característico de la pasión evangelizadora de don Bosco fue, sin duda, como recordaba don Chávez en su discurso de clausura del CG 26, “la convicción del valor fermentador y de la función transformadora que tiene el evangelio” . Si evangelizar es hoy “la urgencia principal de nuestra misión”, la Familia salesiana se convertirá en eficaz misionera, solo si cree en la fuerza implacable y siempre vencedora del evangelio, por más que tenga que reconocer, y a veces sufrir, por la aparente ineficacia de su esfuerzos apostólicos.  una evangelización continua y paciente, pero seguro de sí y de los resultados La parábola de la mostaza centra su mensaje en el contrasto entre una realidad inicial tan pequeña que pasa inadvertida, y su inesperado y grandioso éxito final. Pero, no hay que olvidarlo, quien la ha pronunciado por vez primera está viviendo un difícil momento causado por la poca resonancia y la escasa aceptación que recibe su ministerio; contra toda evidencia, deja ver su fe personal en el poder vital del evangelio sembrado. Tras jornadas de dura evangelización, Jesús no lograba convertir a todos los que le escuchaban, mientras conseguía hacerse enemigos de entre sus oyentes; observando su fracaso personal, no albergaba duda alguna sobre la eficacia de Dios, quien actúa su reinado como actúa el grano de mostaza y un poco de levadura. Esta convicción de Jesús era contemporánea con su experiencia apostólica, una experiencia que hay por qué imaginar siempre triunfadora; precisamente por eso, en ella se refleja su profunda confianza en Dios: fe en cuanto hacía y en como lo estaba haciendo era el alimento de su firma esperanza. Si esta fe se expresó ante el hecho de la escasez de conversiones obtenidas, su capacidad de confianza en Dios era un canto a la expansión incoercible y a la potencia trasformadora del anuncio del reino de Dios. La Familia salesiana puede sentirse, con razón, identificada con ese granito de mostaza: “a más de cien años de su muerte – escribía don Vecchi – el fenómeno salesiano no deja de causar admiración por su amplitud geográfica y el aumento numérico de los grupos que, con características propias, mira a san Juan Bosco como a padre de una gran familia espiritual”. Pero haber crecido ‘milagrosamente’ no basta, si el crecimiento no continúa: para realizar la imagen bíblica, y el ‘sueño’ de don Bosco, debemos llegar a ser no ya otra gran planta, sino “el más grande de los arbustos, tan grande que pueda acoger a los pájaros del cielo que quieran anidar entre sus ramas’”. Mientras existan jóvenes que acoger, la Familia salesiana no puede dejar de crecer ni encontrar reposo hasta que los jóvenes encuentre en ella su nido; mientras haya jóvenes que salvar, no se debe pensar más que en crecer para dar vida, crecer dándoles la propia vida.  Comprende ‘estas cosas’ quien se sabe agraciado por Dios Jesús acabó el discurso sobre el reino preguntando a sus discípulos si habían entendido; ellos creyeron que sí (13,31). Antes, los discípulos habían preguntado a Jesús por qué hablaba siempre a la gente solo con imágenes (13,10). La razón que Jesús les dio los intranquilizó aún más de cuanto había desconcertado su modo enimágtico de hablar a la gente: “a ellos no les ha sido dado – había dicho – conocer los misterios del reino” (13,11). “La Familia salesiana ha vivido una auténtica primavera”; tanto es así que hoy representa una auténtica realización, todavía sorprendente, del reino de los cielos en el mundo de los jóvenes. “Hoy es evidente a los ojos de todos cómo ha aumentado la Fami¬lia, se ha multiplicado el trabajo realizado y el que soñamos; se ha ex¬tendido sin límites el campo de acción en beneficio de tantos jóvenes y adultos. De todo esto damos gracias al Señor y tomamos conciencia de nuestra mayor responsabilidad, precisamente porque como toda vocación, también ésta de la Familia Salesiana está al servicio de la misión, en nuestro caso de la salvación de la juventud”. Nacida por gracia de Dios, la Familia salesiana será gracia de Dios para los jóvenes si vive reconociéndose agraciada – y precisamente por ello se vuelve agradecida – ya que en su misma existencia Dios está presente y actuando la salvación “como el grano de mostaza sembrado en el campo” (13,31). Vivir como Familia la común vocación salesiana es ya la prueba de haber entendido el misterio del reino y de poder entenderse como beneficiadores de los dones de Dios.

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